domingo, 13 de agosto de 2017

Un Toque De Limón

Cuando conocí al Sr. Jim Limón, tenía dieciséis años y estudiaba para graduarme en la escuela secundaria Jackson en Houston; entonces las posibilidades de que terminase mis estudios eran mínimas. Era un adolescente problemático con una actitud negativa, que vivía en un vecindario que promovía la multiplicación de adolescentes problemáticos.

El Sr. Limón enseñaba historia de los Estados Unidos y me resultó claro desde el primer día que esta clase no iba a ser desordenada.
Resultado de imagen de enseñando el profesorResultaba obvio, rápidamente, que el Sr. Limón era muy distinto del resto de los maestros que había conocido. No solo era partidario de la disciplina sino también un gran maestro. Personalmente, nunca se quedaba satisfecho con mi estándar de trabajo en clase. El Sr. Limón presionaba y empujaba y nunca toleraba la mediocridad que se había convertido en mi norma.

 En ocasión de nuestro informe de calificaciones del primer semestre, el Sr. Limón me llamó aparte y me preguntó cómo era posible que fuese un estudiante de B en su clase y uno de D y F en el resto de mis clases. 

Estaba preparado para esa pregunta.
Con vehemencia le hablé de mis padres divorciados, de las bandas locales, de las drogas, las peleas y la policía, todos los males a los que había sido expuesto. El Sr. Limón me escuchó pacientemente, y cuando terminé me contestó: “El problema con su lista, Sr. Phillips, es que usted no está en ella”. 

Entonces el Sr. Limón me explicó que la única persona responsable de mi situación era yo mismo, y que la única persona con el potencial de cambiar mi situación era yo; y que cuando aceptase esa responsabilidad de manera personal, podría hacer un cambio significativo en mi vida.
Me convenció de que yo fracasaba no porque fuese un fracasado, sino porque no aceptaba la responsabilidad de mis resultados en las otras clases. El Sr. Limón fue mi primer maestro que me hizo creer en mí mismo. Me inspiré a convertirme en un mejor estudiante y cambió mi vida.

 Diez años después, hablé con él de nuevo. Me preparaba para graduarme en la Universidad Chaminade en Honolulú. 

Había llevado semanas de llamadas telefónicas encontrarlo pero sabía lo que tenía que decirle.
Cuando finalmente localicé al Sr. Limón por teléfono, le expliqué lo que su brutal honestidad había significado para mí, cómo me había graduado finalmente de la secundaria y cómo era ahora un orgulloso sargento en el Ejército. Le conté que me había casado con la más hermosa y maravillosa mujer de mis sueños y que tenía una hermosa hija.

 Pero sobre todo quería que supiese que estaba a punto de graduarme “magna cum laude”, tras haber asistido a la escuela cuatro horas por noche durante tres años.
Quería que supiese que nunca lo habría podido lograr si no hubiese sido él parte de mi vida.

 Finalmente, le dije que había estado ahorrando dinero durante dos años para poderle invitarle a él y a su esposa a venir a Hawai por cuenta mía, para participar en mi graduación. Nunca olvidaré su respuesta; el Sr. Limón dijo: “¿Quién dice que me habla? ”

Yo era tan solo uno de los cientos de estudiantes cuya vida él había cambiado y estaba auténticamente sorprendido de su impacto.
Quizá ninguno de nosotros se dé cuenta del impacto que tenemos sobre otros, ni otros tengan ni idea de su impacto sobre nosotros. ¿Cuánto, entonces, deberíamos ser conscientes de nuestra influencia sobre los demás para asegurarnos que hagamos nuestro mejor esfuerzo? ¿Y cuánto más deberíamos hacerles saber a aquellos que han tenido un impacto positivo en nuestras vidas?

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