El carácter lo forman la herencia y el medio ambiente. Pero es posible que lo que de nuestros padres heredamos lo pueda corregir el medio y la cultura. Hay personas cuyo carácter era lo que llamamos irascible, y casi irremediable; pero una experiencia personal con Cristo ha realizado una variante milagrosa y ahora son distintas.
Si usted recuerda al apóstol Pedro, él era muy emotivo y esto le trajo dificultades, pero asimismo lo hizo muy útil. Juan y Jacobo, apóstoles fieles del Señor tenían el sobrenombre de “hijos del trueno”. Sin embargo, siguieron las pisadas de su Maestro y, pasado el tiempo, Juan llegó a ser llamado el discípulo amado, y después, el discípulo del amor.
Dios puede hacer maravillas en este pobre carácter nuestro. Y no necesariamente tiene que cambiarlo, sino orientarlo para que sea instrumento de bendición e inspiración. Pídale al Señor que Él tome ese carácter suyo y que lo moldee de acuerdo a su voluntad.
No debemos descuidar nuestra vida espiritual, porque es allí donde radica la médula de nuestra posible confusión. Dios quiere y puede transformar en gozo y simpatía su situación.
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