Pero el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” Lucas 18:13
Cuando me quejé por cómo me afectaban las decisiones
pecaminosas de una amiga, la mujer con la que oraba todas las semanas respondió:
«Oremos por todas nosotras».
—¿Por todas nosotras?,- respondí, confundida.
—Sí, me dijo. -¿Acaso no dices siempre que Jesús es
nuestro estándar de santidad y que no tenemos que compararnos con los demás?
—Esa verdad duele, reflexioné, pero tienes razón.
Mi actitud sentenciosa y mi orgullo espiritual también son pecados.
—Y, al hablar de tu amiga, estamos chismeando.
Entonces…
—Estamos pecando, dije bajando la cabeza. Por
favor, ora por nosotras.
En Lucas 18, Jesús relató una parábola sobre dos
hombres que oraron de maneras muy distintas (versos 9-14). Al igual que el fariseo,
podemos compararnos con los demás, presumir de nuestra conducta (versos 11-12), y
vivir como si tuviéramos el derecho a juzgar y la responsabilidad de cambiar a
otros.
Sin embargo, cuando miramos a Jesús como nuestro
ejemplo de santidad y experimentamos su bondad, al igual que el publicano,
nuestra necesidad desesperada de la gracia de Dios es aun mayor (verso 13). Y cuando
hacemos nuestra la compasión amorosa y el perdón del Señor,
cambiamos para siempre y empezamos a esperar y otorgar misericordia, en lugar de
condenar.
Señor,
evita que caigamos en la trampa de compararnos con los demás.
Al ver nuestra necesidad de misericordia, podemos ser misericordiosos.
Al ver nuestra necesidad de misericordia, podemos ser misericordiosos.
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