«Mientras sea de día, tenemos que llevar a cabo la obra del que me envió; viene la noche cuando nadie puede trabajar». Juan 9: 4, NBD
La vida de Cristo demuestra a todo joven, que una vida de trabajo y obediencia favorece la formación de un buen carácter moral, principios firmes, fortaleza de propósito, conocimientos sólidos y elevados logros espirituales.
La mayoría de los jóvenes de hoy manifiesta amor por los entretenimientos excitantes que son nocivos para un óptimo desarrollo físico e intelectual. Estos entretenimientos malogran la serenidad y tienden a provocar desequilibrio emocional, puesto que la mayor parte del tiempo la mente está sobreexcitada; y poco después resulta intoxicada por las diversiones que desea, lo cual la incapacita para la reflexión profunda y el estudio.
En cambio, el Salvador no quería ser deficiente ni siquiera en el manejo de las herramientas. Fue excelente como obrero, como lo fue en carácter, y con su ejemplo, nos enseñó que es nuestro deber ser laboriosos, y que nuestro trabajo ha de cumplirse con exactitud y esmero, pues hacerlo así es honorable.
El oficio que enseña a la gente a ser útil, y prepara a los jóvenes para llevar sus responsabilidades en la vida, proporciona vigor físico y desarrolla la facultad humana.
Dios nos asignó el trabajo como una bendición, y solamente el obrero diligente halla en él el verdadero sentido y el gozo de la vida.
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