sábado, 27 de mayo de 2017

Tolerancia

Hace ya más de dos años tuve la oportunidad de participar en un seminario sobre la postmodernidad como movimiento histórico y, a su vez, artístico y cultural del siglo XX, dirigido por un español que llevaba mucho tiempo trabajando en esta temática en España, y que decidió venir a mi país y compartir la experiencia de su ministerio. De todo lo interesante que pude escuchar en esas plenarias, me quedo con una oración que resumió el sentido de su potente mensaje: “las personas cristianas son las menos tolerantes que hay”.
Antes de que te tires de los pelos y te quedes atacado por mi cita, déjame contextualizarte un poco más para comprender la lógica de este comentario. Si hablamos de postmodernidad, debemos entender que hablamos de un movimiento histórico que lleva consigo una manera de pensar, una manera de vivir y distintas tendencias que se instalan en nuestra cultura. Por ejemplo, el relativismo es una de sus características, nada es blanco o negro y todo depende del ojo de quien lo ve y de las ideas que tenga sobre el mundo. La visión puede que nos agrade o puede que nos cause desazón, pero es una realidad evidente en nuestra sociedad. No obstante, a lo que se refería el conferenciante es que, como pueblo cristiano, figurábamos como los intolerantes por excelencia, puesto que las cosas son “pecado” o “no pecado” y con esa misma categoría clasificábamos el comportamiento de nosotros mismos, y más aún, el de los demás.
Me inquieta el hecho de que ésta es una realidad. A diario me relaciono con jóvenes que critican el comportamiento de otros por no ser “consecuentes” o no estar “a la altura de las circunstancias”, lo que me inquieta aún más. Me preocupa el hecho de que nos convirtamos en “policías morales”, sintiendo que tenemos el derecho y la autoridad para juzgar actos e intenciones ajenas. Más me preocupa que no seamos capaces de relacionarnos con “el mundo” porque “ellos”, y siempre en un tono despectivo, no viven la vida de la manera en que yo “el super espiritual” la vivo. Me preocupa el hecho de que más de una vez me encuentre yo misma cerrando mis oídos a las ideas que no cuadran con mi “perfecta” filosofía de vida, y no pueda conocer otras realidades y visiones que, en vez de sentir que atacan mi visión de la vida, me ayudan a sustentarla y defenderla con aún más vigor; bueno, la verdad es que no la defiendo para convencer a otros, la defiendo porque es lo que PARA MÍ ha sido una realidad.
A través de mi profesión de psicóloga, me he encontrado con infinitas historias, visiones y formas de entender el mundo, y en todas ellas, trato (aunque muchas veces me cuesta MUCHO trabajo) de encontrar el punto en común; siempre hay algo que nos une: el amor, la esperanza, la amistad, el compañerismo, la libertad… ¡Algo! Y ese algo es el que nunca debemos perder de vista.
Tengo la convicción grabada a fuego de que el trabajo de nosotros en este mundo no es juzgar intenciones ni razones, nuestro trabajo es compartir la buena noticia, y esa buena noticia se llama Jesús. Nada más. Esa es nuestra misión. El Espíritu Santo se encarga del resto, no tú ni yo, Él lo hace a Su tiempo y en Su medida.
Aprendamos y luchemos por ser tolerantes ante las diferencias, lo que no es caer en un relativismo moral o ser “light”, se trata de respeto, de amar en la diferencia de criterios para transmitir el amor que Cristo nos entregó. Cuando Él nos escogió éramos "espantosamente" diferentes a lo que cualquier moralista pudiera definir como óptimo, y así y todo Dios apostó por nosotros. A veces nos falta seguir ese ejemplo, ser capaces de abrir nuestra mentalidad y comprender que en el mundo existen millones y millones de personas radicalmente distintas a nosotras; sin embargo, Cristo murió por cada uno de nosotros, sin excepción y sin reparos, LO HIZO para todos.

“Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean extendidas; no seas apocada; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas. Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”

Isaías 54:2-3 (RVR1960)

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