Es difícil soportar la angustia de la incertidumbre,
y siempre nos preguntamos qué revelará la próxima prueba. ¿Pasarán semanas,
meses, años o décadas antes de que la muerte nos separe? Pero, más allá de la
enfermedad, todos moriremos algún día; cuestiones como el cáncer simplemente
ponen en primer plano nuestra mortalidad.
Al enfrentarme a los recordatorios de
nuestra mortalidad, me encuentro orando las palabras de Moisés. El Salmo 90 dice
que, aunque nuestra vida es como la hierba que se marchita y se seca (versos 5-6),
tenemos un hogar eterno con Dios (verso 1). Al igual que Moisés, podemos pedirle a
Dios que nos enseñe a contar nuestros días para que podamos tomar decisiones
sabias (verso 12), y a hacer que nuestra vida (breve) lleve fruto, pidiendo que Dios
confirme lo que hacemos (verso 17). El salmo nos recuerda que nuestra esperanza no
está en ningún diagnóstico médico, sino en un Dios que es «desde la eternidad y
hasta la eternidad» (LBLA).
¿Cómo
podemos usar mejor el tiempo que nos ha sido dado?
Podemos
enfrentar la realidad de nuestra mortalidad porque confiamos en
Dios.
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