viernes, 19 de mayo de 2017

El sufrimiento y la gloria

Una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. Mateo 17:5
Hay dos escenas de los evangelios que presentan a la persona de Jesucristo de manera muy diferente: su transfiguración y su crucifixión.
Jesús tomó a tres de sus discípulos y los llevó aparte a una montaña; allí se transfiguró delante de ellos, “resplandeció su rostro como el sol” (Mateo 17:2). Sin embargo, el profeta Isaías dijo con respecto a Cristo y su sufrimiento: “De tal manera fue desfigurado de los hombres su parecer y su hermosura, más que la de los hijos de los hombres” (Isaías 52:14).
En el monte de la transfiguración, “sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, como la nieve, tanto que ningún lavador en la tierra los puede hacer tan blancos” (Marcos 9:3). Pero en la cruz del Gólgota, Jesús, despojado de sus vestiduras, coronado de espinas y clavado en un madero, quedó expuesto a las miradas de todos los que pasaban. “Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes” (Juan 19:24).
En la montaña apareció la nube de la presencia de Dios, pero en la cruz todo eran tinieblas; el Hijo de Dios estaba solo.
En la montaña, la voz del Padre se hizo oír: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mateo 17:5). En la cruz se oyó el insondable clamor de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46; Salmo 22:1).
¡La felicidad y la libertad de los creyentes costaron un precio muy alto! “¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?” (Lucas 24:26).

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