«Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste, me pregunto:
“¿Qué es el hombre, para que en él pienses?
¿Qué es el ser humano, para que lo tomes en cuenta?”» Salmo 8:3-4, XVI
Para el cristiano, el amor y la benevolencia de Dios pueden verse en cada don de su mano. Las bellezas de la naturaleza son motivo de contemplación. Al estudiar los encantos naturales que nos rodean, la mente pasa de la naturaleza al Autor de todo lo bello. Todas las obras de Dios apelan a nuestros sentidos, magnificando su poder y exaltando su sabiduría. Cada obra de Dios tiene, en sus encantos, aspectos interesantes para el hijo de Dios, que moldean su gusto para contemplar estas preciosas evidencias del amor de Dios por encima de las obras de la habilidad humana.
Con palabras saturadas de ardiente fervor, el profeta magnifica a Dios por sus Obras creadas: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, y la luna y las estrellas que has creado, me pregunto: ¿Qué es el ser humano, para que en él pienses? ¿Qué es la humanidad, para que la tomes en cuenta?» (Salmos 8: 3-4, RVC).
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