sábado, 1 de abril de 2017

Dar buen fruto

Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará. Salmo 1;3
La vista desde la ventanilla del avión era asombrosa. Una angosta franja de campos sembrados y huertas se extendía entre dos montañas estériles. A lo largo del valle, corría un río con agua vivificadora, sin la cual no habría fruto.
Así como una cosecha abundante depende de una fuente de agua limpia, la calidad del «fruto» en mi vida, véase mis palabras, acciones y actitudes depende de mi nutrición espiritual. El salmista lo describe en el Salmo 1: Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado, sino que en la ley de Jehová está su delicia y en su Ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo y su hoja no cae, y todo lo que hace prosperará. (versos 1-3). Y, en Gálatas 5, Pablo escribe que, a los que andan en el Espíritu, los caracteriza el «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza» (versos 22-23).

A veces, las circunstancias me amargan, o mis acciones y palabras se vuelven desagradables. No hay buen fruto, y entonces, me doy cuenta de que no he pasado tiempo escuchando las palabras de mi Dios. Pero, cuando el ritmo de mi vida diaria se arraiga en Él, doy fruto bueno. Al interactuar con los demás, cuando soy paciente y amable, me resulta más fácil dar gracias que quejarme.
Jesucristo es nuestra fuente del poder, la sabiduría, el gozo, el discernimiento y la paz (Salmo 119:28, 98, 111, 144, 165) que debemos producir.

Señor, riega mi vida con tu Palabra.
El Espíritu de Dios vive en sus hijos para obrar a través de ellos.

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