Y lo trajo a Jesús. Mirándolo Jesús, dijo:
—Tú eres Simón hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas —es decir, Pedro. Juan 1:42
“¿Quién soy?” Es la pregunta que psicólogos, filósofos y pensantes de toda la historia se han realizado desde que la humanidad existe. Nuestra existencia es en sí diferente a la de cualquier otro animal que hay en la creación por este simple hecho. El hecho de preguntarnos quiénes somos es una manifestación de nuestro espíritu buscando una respuesta que solo puede ser resuelta en Dios, Creador de todas las cosas.
Seguramente muchas veces nos hemos preguntado “¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí? ¿Cuál es el propósito real de mi vida? ¿Cuál es la verdad?” Existen muchísimas respuestas a estas preguntas que varían de acuerdo a la cultura; pero de ninguna manera aceptamos el pensamiento de este tiempo que nos dice “La verdad es relativa” o que “la verdad es solo una construcción histórica”. ¡No!, la verdad no es variable, sino constante; no cambia de acuerdo a la perspectiva, sino que es única y definitiva.
Leer este texto no implica necesariamente que sea cristiano, pero sí implica que se está preguntando algo. Encontraremos las respuestas a estas preguntas en las palabras de Jesús de Nazaret, que en nuestra fe, es el Señor.
Cada uno tiene el derecho de pensar libremente, ya que Dios nos dotó de esta libertad. ¿Quiénes somos nosotros para obligar a alguien a creer en algo? Como cristianos, podemos decir que Jesús nos convenció y que en medio de este circo de contradicciones, en Él encontramos una luz diferente.
Algo muy similar le pasó a Simón (que sería conocido como Pedro). Simón era un pescador nacido en Betsaida; era propietario de una barca en la que trabajaba junto con su hermano Andrés. En aquellos tiempos había un personaje que se apropiaba de la atención de la nación entera, de nombre Juan a quien le llamaban el bautista. Su atuendo y personalidad recordaban la vida del gran profeta Elías, y llevaban esperanza a un pueblo que se sentía abandonado por Dios.
Inspirados por esta esperanza, Simón y Andrés deciden partir a Betábara (o Betania) donde estaba Juan, y Andrés se convierte en un discípulo suyo.
¿Sabes lo que es sentirse sin esperanza? ¿Sabes lo que se siente al estar desorientado? ¿Sabes lo que se siente cuando una luz de esperanza, por tenue que sea, atraviesa la oscuridad de la incertidumbre? Pues ese maravilloso sentimiento de esperanza fue el que impulsó a estos hombres a buscar respuestas, y es el que te puede llevar a ti a buscarlas también.
He aquí que un día, Juan el bautista ve a Jesús y manifiesta en voz alta “éste es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Andrés, probablemente acompañado por el apóstol Juan que, aparentemente, también era discípulo de Juan el bautista, escucha el testimonio de Juan (el bautista) y sigue a Jesús calladamente, como preguntándose: ¿Quién será? ¿Cómo será? ¿Dónde vivirá? ¿Qué hará?; debieron pasar muchísimas preguntas por la mente de Andrés mientras, motivado por la esperanza, seguía a Jesús en silencio.
Jesús se da cuenta que lo están siguiendo y les pregunta (con esas palabras gloriosas que siempre tienen un doble significado): “¿Qué buscan?” La pregunta no solo estaba enfocada en el ámbito físico y material, sino que Jesús, con esta pregunta, se adentró en lo más profundo del corazón de ellos. ¿Qué estaban buscando? Estaban buscando esperanza, estaban buscando paz, estaban buscando luz en medio de la oscuridad. Para encontrar a Jesús, primero hay que tomar la acción de BUSCARLO y luego Él se dejará encontrar, no sin antes preguntar “¿Qué buscas?” Si Jesús te preguntara esto ¿qué responderías?, ¿qué estás buscando? Solo el que ha estado en el desierto reconoce el valor de encontrar un oasis; solo el que ha vagado en la pobreza conoce el valor de hallar un tesoro; solo el que ha tenido sed sabe reconocer el valor del agua. SOLO EL QUE HA TENIDO NECESIDAD SABE RECONOCER EL VALOR DE LA ESPERANZA. PARA ENCONTRAR A JESÚS, PRIMERO DEBEMOS RECONOCERNOS NECESITADOS DE ÉL.
Andrés y Juan le preguntan “Maestro, ¿dónde moras?” En una primera instancia, lo reconocen como Maestro, y luego le preguntan dónde estaba viviendo. Ellos eran un barco a la deriva que estaba buscando quién los guiara; no importaba ver la casa de Jesús, pues de hecho, el autor omite este elemento porque no era relevante; lo realmente importante era conocer al Maestro, era habitar en aquel lugar donde nace la fe. A esta petición, Jesús responde (nuevamente, haciendo gala de su gran sabiduría) “vengan y vean”. La petición se convierte en un llamado; Jesús sabe recompensar a aquél que se humilla reconociendo que necesita una luz en su vida. Vengan y vean es un llamado a la confianza, es un llamado a descansar en los brazos de Jesús, es un llamado a conocerlo, es la anhelada respuesta después de una búsqueda desesperada.
El autor, que es el mismo apóstol Juan, omite qué fue lo que pasó en la casa de Jesús; pero fue tan impresionante aquella noche para Andrés que moró con Jesús en su casa, que lo primero que hizo después de esto fue buscar a su hermano Simón, contarle la buena noticia de que habían encontrado al Mesías y luego llevarlo hacia Él (a Jesús). Andrés se convierte en el primer evangelista (omitiendo a Juan que era un precursor del Cristo) al llevarle a su hermano la buena noticia de salvación. Ése es el corazón del evangelismo cristiano: un hombre que ha hallado la verdad, con alegría llama a otros hombres a conocerla. Lamentablemente vemos en nuestras iglesias (no en todas y no siempre), y oímos mensajes como: “Todos se irán al infierno”, “Crean en Jesús o se perderán para siempre”; vemos mensajes religiosos y llenos de condenación más que de esperanza; también muchas veces el evangelismo se convierte como en un acto de pedir limosna, se dan volantes que la gente ignora y se habla de cosas que a la gente, sencillamente, no le importa escuchar; y lo peor es que luego se culpa al diablo por esto: “Lo que pasa es que nos faltó oración para esta campaña”, “es que el diablo es muy astuto y cerró los oídos de las personas”... La verdad es que, muchas veces, los que cerramos los oídos de las personas somos nosotros mismos al predicar a un Cristo religioso que nunca existió; en vez de un Cristo que vino a traer esperanza y gloria a la Tierra.
Cuando Simón llegó a la morada de Jesús, su vida cambiaría para siempre. Jesús omite todo acto protocolario y lo mira directamente a los ojos (con esa mirada que penetra el alma) y le dice: “Tú ERES Simón hijo de Jonás, tú SERÁS llamado Pedro”. Nuestro nombre nos da una identidad, agrupa en una sola palabra la integridad de lo que somos. Quizá en nuestro contexto no es tan relevante el nombre, pero en Israel jugaba un papel trascendental. El hecho que Jesús le cambiara el nombre a Simón no fue un acto intrascendente. Jesús le estaba diciendo “hasta ahora has sido así, pero desde ahora serás una persona diferente”. JESÚS, SENCILLAMENTE, LO ESTABA DOTANDO DE UNA NUEVA IDENTIDAD, LO ESTABA CONVIRTIENDO EN UNA NUEVA PERSONA.
Cuando Jesús te mira, conoce tu interior; conoce lo que has sido, conoce tus errores, tus carencias, tus necesidades. A la mirada de Jesús nada puede escapar. Por eso muchas personas prefieren alejarse de su mirada, porque no soportan el poder de su luz actuando en sus vidas. La verdad duele pero es el único camino a la LIBERTAD. Dejarse ver por Jesús es el primer paso, es someternos a su exhaustivo análisis y a su posterior dictamen. CUANDO JESÚS TE MIRA NO VUELVES A SER EL MISMO.
Después de que Jesús mira a Pedro y le dice quién era, le promete una nueva vida y un destino glorioso. Aquél que fue en busca de esperanza ahora la encuentra. Si te dejas mirar por Jesús, decides creer en Él y confiar en su Palabra, ÉL TE DESTINARÁ A UN FUTURO GLORIOSO. Pedro no tenía ni idea de lo importante que sería y de todo lo que haría; no tenía ni idea de la huella imborrable que dejaría en la historia. Un pescador de Galilea no tenía idea de que se convertiría en un pescador de hombres. Una persona sencilla que reconoce su necesidad de Jesús y su búsqueda de la verdad no es rechazada por Él, sino que Él lo convierte en una nueva persona y lo dota de un destino glorioso.
Posteriormente a este encuentro que marcaría su vida para siempre, Pedro acompaña a Jesús a Betsaida; su ciudad natal. Jesús le estaba transmitiendo a Pedro un mensaje sin palabras con este viaje: “El hombre que salió de este lugar para convertirse en un pescador, ahora vuelve convertido en una nueva clase de pescador”. Simón había vuelto a nacer y se había convertido en Pedro. El Simón que salió de Betsaida tiempo atrás, volvía allí como Pedro, y había salido para convertirse en el pescador más famoso de la historia, un pescador de hombres. Cuando entregas tu corazón a Jesús, Él te convierte en una nueva persona y te capacita para que te conviertas en alguien más grande de lo que alguna vez imaginabas ser.
Si tienes hambre de gloria, busca a Jesús; dale la oportunidad de cambiar tu vida. A Simón le funcionó, a muchos otros también y seguro que si le abres las puertas de tu corazón, A TI TAMBIÉN.
QUE DIOS TE BENDIGA
“Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará”
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará”
Salmo 1:1-3
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