«Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos». Hechos 2: 47
En los apóstoles que nuestro Señor escogió no había nada digno de admirar. Era evidente que el éxito de sus labores se debía únicamente a Dios. La vida de estos hombres, el carácter que adquirieron y la poderosa obra que Dios realizó en y mediante ellos, atestiguan lo que Él hará en aquellos que reciban sus enseñanzas y sean obedientes.
Cuanto más amemos a Cristo mayores bienes haremos. Si ponemos el yo a un lado, dejamos obrar al Espíritu Santo en nuestros corazones y vivimos una vida completamente consagrada a Dios, nuestra utilidad no conocerá límites. Dios está dispuesto a instruirnos día tras día, hora tras hora, con tal de que estemos dispuestos a soportar la disciplina necesaria, sin quejarnos ni desmayar por el camino. Él anhela revelar su gracia, y si estamos dispuestos a remover los obstáculos, Él derramará las aguas de salvación en raudales abundantes mediante los conductos humanos. Si motiváramos a los humildes a hacer todo el bien que pueden hacer, y nadie los estorbara, habría cien personas trabajando para Cristo donde hay actualmente una sola.
Dios nos acepta tal como somos, y nos educa para su servicio si estamos dispuestos a entregarnos a Él. Cuando recibimos el Espíritu de Dios en el alma, revitaliza todas nuestras facultades. Bajo la dirección del Espíritu Santo, la mente consagrada sin reserva a Dios, se desarrolla de forma equilibrada y se fortalece para comprender y cumplir los requisitos de Dios. El carácter débil y vacilante se transforma en un carácter fuerte y firme. La devoción continua establece una relación tan íntima entre Jesús y su discípulo, que el cristiano llega a ser semejante a Cristo en mente y carácter. Mediante su relación con Cristo, tendrá objetivos más amplios y elevados. Su discernimiento será más agudo y su juicio más equilibrado. El que anhela servir a Cristo queda tan revitalizado, que puede llevar mucho fruto para gloria de Dios.
Hombres y mujeres de la más alta educación en las artes y las ciencias han aprendido preciosas lecciones de los cristianos de vida humilde, a quienes el mundo llamaba ignorantes. Pero estos discípulos habían obtenido su educación en la más prestigiosa de todas las escuelas: se habían sentado a los pies de Aquel que habló como «jamás hombre alguno ha hablado como este hombre» (Juan 7: 46).
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