“Dios hace frente a los orgullosos y concede, en cambio, su favor a los humildes”». Santiago 4: 6, LPH.
Solo estaremos seguros cuando, en completa sumisión y obediencia, permanezcamos en comunión con Cristo. Nuestro yugo es fácil, porque Cristo lleva el peso. Al levantar la carga de la cruz, se convertirá en liviana; y esa cruz es para nosotros la garantía de vida eterna. Es privilegio de todo hijo e hija de Dios seguir con alegría a Cristo, exclamando a cada paso: «Tu benignidad me ha engrandecido» (2 Samuel 22: 36).
Pero si queremos caminar en dirección al cielo, tenemos que considerar la Palabra de Dios como nuestro libro de texto. Es necesario que nuestras lecciones cotidianas las aprendamos de las palabras de la Inspiración.
La humillación de Cristo Jesús resulta incomprensible para la mente humana; pero su divinidad, así como su existencia desde antes de la creación del mundo, bajo ningún concepto pueden ser puestas en tela de juicio por los que creen en la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo nos habla de nuestro Mediador, el Hijo unigénito de Dios, quien en su estado glorioso, «siendo por naturaleza Dios» y el Comandante de todas las huestes celestiales, no obstante, «no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» y al revestir su divinidad de humanidad «se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» (Filipenses 2: 6-7, NVI).
La humillación de Cristo Jesús resulta incomprensible para la mente humana; pero su divinidad, así como su existencia desde antes de la creación del mundo, bajo ningún concepto pueden ser puestas en tela de juicio por los que creen en la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo nos habla de nuestro Mediador, el Hijo unigénito de Dios, quien en su estado glorioso, «siendo por naturaleza Dios» y el Comandante de todas las huestes celestiales, no obstante, «no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse» y al revestir su divinidad de humanidad «se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo» (Filipenses 2: 6-7, NVI).
Es preciso que abramos nuestro entendimiento para que nos demos cuenta de que Cristo dejó a un lado su manto real, su corona de Rey, su eminente posición, y revistió su divinidad con la humanidad para poder encontrarnos a los seres humanos ahí donde estamos, y así brindar a la humanidad la capacidad moral de ser hijos e hijas de Dios.
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