viernes, 10 de marzo de 2017

Confió, pero...

En una casa de un pueblo muy pequeño, en un país muy pequeño, un señor tenía un invitado que había pasado la noche en casa. Se estaba preparando el desayuno temprano por la mañana, y lo único que quedaba pendiente era la leche, que como costumbre de los pueblos de campo nunca falta en los desayunos.
Resultado de imagen de No estás soloEntonces el anfitrión le dice a su huésped: 
- Por lo menos que nos preocupamos es por la leche. El lechero es de mi absoluta confianza. En quince años que llevamos viviendo en esta casa, no ha dejado de poner el litro de leche en la puerta todas las mañanas. Se levanta muy temprano, sabes; pero su trabajo es de garantía y por lo tanto, nuestro desayuno. Por eso te digo, si queda una sola persona en el mundo en quien confiar, ése es nuestro lechero.
Llegaron ambos caminando hasta la puerta que daba a la calle, conversando sobre lo confiable que era el lechero, cuando el anfitrión hace girar el picaporte y abre, para mostrar que el litro estaba ahí, como siempre; ¡pero cuán grande fue su sorpresa al ver que no estaba!
-Te aseguro, mi amigo, dijo el anfitrión, que ésta es la primera vez que esto sucede en muchos años. Como ves, no se puede confiar en nadie, ¡qué irresponsable se ha puesto este lechero!, ¿se creerá que es el único del pueblo?; tan pronto como llegue le voy a decir que no me sirva más la leche, que ya tengo otra persona. Pero bueno, vamos a la mesa que hoy desayunaremos sin leche.
El invitado se limitaba a escuchar sin hablar, mientras se dejaba conducir por su anfitrión a la mesa. Ya estaban dispuestos a iniciar el desayuno, cuando sienten unos ligeros toques golpeando en la puerta. El señor de la casa con una voz de trueno, gritó desde su silla: -¡Adelante!, la puerta está abierta. Se vio entrar la sencilla figura del lechero con dos litros de leche en sus manos y llegando hasta ellos dijo:
-Perdóneme señor por la tardanza; pero en el camino a su casa, temprano por la mañana como de costumbre, tropecé y caí al suelo, rompiendo todos los litros que traía en la canasta y además, como su casa es la última del pueblo..., se me acabó la leche y tuve que volver otra vez a casa a buscar la suya. No es por justificarme; pero si se fija, unos metros antes de su puerta, todavía quedan residuos de los litros rotos. Ahora bien, como compensación al contratiempo que seguramente causé, en vez de uno, le traigo dos litros, y el segundo es por cuenta de la casa.- Se retiró el lechero haciendo un gesto de agradecimiento por, supuestamente, haber sido perdonado. En la mesa quedaron el anfitrión, el invitado y el resto de la familia, que estaban callados, como dice el viejo refrán: “En boca cerrada, no entran moscas”.
Si hacemos un repaso a nuestra vida, sacaríamos del baúl de los recuerdos los momentos en los que fuimos muy bendecidos: todo nos salía bien, nuestra economía era buena, nuestras relaciones de familia eran un amor...
Entonces dábamos gracias a Dios por todo y decíamos que toda nuestra confianza descansaba en Él. Pero cuando alguno de estos elementos nos faltó, decíamos: Dios se ha olvidado de mí. La confianza que le habíamos depositado se esfumó como el agua entre los dedos, y lo pasado quedó como un recuerdo ya inalcanzable. Ya solo pensamos que hemos sido dejados a un lado.
Mi querido amigo, si usted no es el caso y se siente en victoria, Dios lo bendiga, pero si está atravesando una situación similar, piense esto: He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16: 32-33

No hay comentarios:

Publicar un comentario