“Rut le contestó: ‘¡No me pidas que te deje y que me separe de ti! Iré a donde tú vayas, y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios'” (Rut 1:16).
Aunque estaba al otro lado de la abarrotada sala, sabía exactamente lo que el pícaro de mi novio estaba haciendo: pidiéndoles permiso a mis padres para casarse conmigo. Lo supe en cuanto vi a mi madre dar un saltito y aplaudir suavemente. Estábamos en la fiesta sorpresa de sus bodas de plata y Greg había insistido en que viajáramos allí para la celebración.
No supe que mis padres le importaban tanto hasta que fui testigo de la escena. Le dio la mano a mi padre como si acabaran de cerrar un trato. Y mi padre, con orgullo, le dio unas palmaditas en la espalda. Rápidamente, me giré e hice como si no hubiese visto nada, pero, inmediatamente, en mi corazón supe que Greg pronto me pediría que me casara con él.
En los tiempos de Rut, durante el período de los jueces, el proceso del compromiso matrimonial era mucho más complicado que solo pedir permiso al padre de familia.
Eran muchas las circunstancias, y si un esposo fallecía, el pariente varón más cercano se hacía cargo de la propiedad del fallecido y se casaba con la viuda. Cuando Rut conoció a Booz y quisieron casarse, tuvieron la suerte de que Booz era un pariente redentor de ella. Pero había otro hombre cuyo parentesco con Noemí era aún más cercano, de manera que tuvo que darle una oportunidad a ese hombre en primer lugar.
Cuando este hombre rechazó la propiedad, también rechazó a Rut, y Booz recibió con alegría a ambas. Se casaron y Rut dio a luz a su hijo Obed. El rey David fue nieto de Obed.
Cuando su suegra Noemí enviudó y quedaron virtualmente indefensas, Rut no tenía manera de saber que le esperaba una vida de felicidad junto a Booz.
Se quedó con Noemí; no con la esperanza de recibir algo a cambio, sino porque era lo que debía hacer. No quería abandonar a su suegra que ya era una mujer mayor. Y Dios la bendijo en abundancia por su fidelidad a Noemí. En tu corazón, decide siempre hacer lo correcto simplemente porque es lo correcto, y no te sorprendas si Dios te bendice en abundancia por ello.
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