miércoles, 25 de enero de 2017

No digas nunca “No puedo”

“No puedo” es la peor frase que se ha escrito o dicho, pues hace más daño que la calumnia o las mentiras. Con ella muchos espíritus fuertes se han quebrantado, y muchos buenos propósitos mueren.
Brota, cada mañana, de los labios de quienes no piensan, y nos roba el valor que necesitamos durante el día.
Suena en nuestros oídos como una advertencia, y se ríe cuando tropezamos y caemos por el camino.
“No puedo” es la madre de la gente con iniciativa débil; de quienes adoptan como suyos al terror y al trabajo a medio hacer.
Debilita los esfuerzos de inteligentes inventores y hace del que se esfuerza un indolente conformista.
Envenena el alma del hombre con visión, aplasta en su infancia muchos planes.
Saluda al trabajo honesto con abierto desprecio y se burla de las esperanzas y los sueños del hombre.
“No puedo” es una frase que nadie debería pronunciar sin ruborizarse; pronunciarla debiera ser motivo de vergüenza.
Aplasta la ambición y el valor; devasta el propósito del hombre y acorta sus metas. Despréciala con todo tu odio por el error que inculca; rehúsale el alojamiento que busca en tu mente.
Ármate contra ella como contra una criatura de terror, y cree que todo lo que sueñas algún día lo obtendrás.
“No puedo” es la frase que, para la ambición, es como un enemigo emboscado que busca destruir nuestra voluntad. Su presa es, siempre, el hombre con una misión y se inclina solo ante el valor, la paciencia y la habilidad.
Ódiala profunda y permanentemente, porque una vez bienvenida, quebrantará a todo hombre, sin importar la meta que esté buscando. Más bien, sigue intentándolo y respóndele a ese demonio diciéndole: “Sí puedo”.
Los que amamos a Dios sabemos que Él todo lo puede, y en Él nosotros lo podremos, y si acaso no podemos, Él nos dirá: tú no puedes, pero déjame a mí, que yo sí puedo.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece. Filipenses 4:13.
Y llegado a la casa, vinieron a él los ciegos, y Jesús les dijo: ¿Creéis que puedo hacer esto? Ellos dijeron: Sí, Señor. Mateo 9:28.

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