Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. Romanos 12:1
Cuando jugaba al baloncesto en la universidad, cada
año, al empezar la temporada, tomaba la decisión de ir al gimnasio y
atender por completo las indicaciones de mi entrenador… es decir, hacer todo lo que me
pidiera.
Al equipo no lo habría beneficiado que yo hubiese
dicho: «¡Oye, entrenador. Aquí estoy! Quiero lanzar la pelota al aro y driblar,
¡pero no me pidas que corra, que juegue bien en defensa ni que sude!».
Todo deportista de éxito tiene que confiar en su
entrenador lo suficiente como para hacer todo lo que éste le pida para beneficio
del equipo.
En Cristo, debemos convertirnos en un «sacrificio
vivo» (Romanos 12:1). Le decimos a nuestro Salvador y Señor: «Confío en ti.
Estoy dispuesto a hacer todo lo que me pidas». Entonces Él nos transforma
renovando nuestra mente, para que nos concentremos en las cosas que le
agradan.
Es útil saber que el Señor nunca nos pedirá que
hagamos algo para lo cual no nos haya primeramente equipado. Como nos recuerda
Pablo: «Ya que tenemos diferentes dones, […] usémoslos conforme a la medida de
la fe» (verso 6).
Podemos confiarle nuestra vida a Dios y dedicarnos a
Él, ya que nos fortalece saber que nos creó y que nos ayuda a hacer lo que nos
pide.
Señor, Tú
mereces más que nadie nuestro sacrificio y dedicación. Ayúdame a comprender que
la consagración a ti trae gozo.
Consagrarnos a Dios no implica ningún riesgo.
Consagrarnos a Dios no implica ningún riesgo.
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