Conversando con una amiga y compañera de trabajo, recodábamos un episodio bastante incómodo que vivimos, ella de manera directa y yo de espectadora un par meses atrás. Fue una desagradable confrontación que mi amiga tuvo con uno de los directivos del lugar en que trabajamos, quien la reprochaba que no estaba confiando totalmente en Dios y que revisara de qué manera eso se lo estaba transmitiendo a sus alumnos. Fue incómodo ese momento porque la manera de decirlo no fue, a mi juicio, la apropiada y porque además, creo que nadie puede andar por la vida evaluando tu nivel de confianza o fe en Dios porque, sencillamente, no le corresponde.
A partir de ese evento salió a colación el término de “robot de la fe”, un poco tratando de asimilar lo que había sucedido y dando a entender lo que se esperaba de ella, y bueno, lo que muchas veces se espera de todos, pero que por fortuna para todos, Dios no espera que lo seamos. Él sí espera que confiemos y tengamos una fe ciega, pero no se decepciona ni se tira de los pelos de la cabeza cuando no la tenemos, porque no nos hizo como un robot, nos hizo seres de carne y hueso.
Si fuésemos "robots de la fe" no necesitaríamos el abrazo tibio del Espíritu Santo diciéndonos que todo estará bien, no necesitaríamos la oración, el ayuno, la lectura de la palabra y la comunión diaria porque estaríamos programados para tener fe y producirla; no nos costaría trabajo alguno, nos saldría de manera natural. Pero la cosa no funciona así, Dios nos hizo reflexivos y libres para escoger porque no quería autómatas, y la fe nos la dio como un don preciado digno de cultivar y poner al servicio del cuerpo de Cristo, por lo que es algo que Él nos entrega, no algo que hagamos por nosotros mismos.
Si realmente fuéramos "robots de la fe", todo lo que confesaríamos sería artificial, estaría “programado”, carente de comprensión y de valor, porque sería algo que alguien hace por nosotros, pero no algo que originemos a partir de un trabajo previo. La fe es una conquista diaria y confiar en Dios se debe transformar en un hábito, pero nunca en algo que hagamos de manera irreflexiva; sí puede ser automático, pero no lo podemos programar, no sin darnos cuenta de la tremenda batalla que vencimos cuando TODO a nuestro alrededor decía NO, y por dentro un desgarrador SÍ hacía latir nuestro corazón con más fuerza.
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