Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. (Lucas 6:32).
En 1950, cuando empezó la guerra en Corea del Sur,
Kim Chin-Kyung, de 15 años, se alistó en el ejército para defender su tierra
natal. No tardó en darse cuenta que no estaba preparado para los
horrores del combate. Mientras sus amigos morían a su alrededor, le rogó a Dios
que lo protegiera y prometió que, si le permitía seguir con vida, aprendería a
amar a sus enemigos.
Sesenta y cinco años después, el Dr. Kim
reflexionaba sobre esa oración respondida. A lo largo de décadas de ocuparse de
los huérfanos y colaborar en la educación de jóvenes chinos y norcoreanos, se
hizo amigo de muchos que antes consideraba enemigos. Actualmente, rechaza las
calificaciones políticas y se autodenomina un amador, como una manera de
expresar su fe en Jesús.
El profeta Jonás dejó un legado diferente. Ni
siquiera zafarse del vientre de un gran pez transformó su corazón, y aunque
finalmente obedeció a Dios, dijo que prefería morir antes que ver que el Señor
tuviera misericordia de sus enemigos (Jonás 4:1-2, 8).
¿Cuál es nuestra actitud? ¿Sentiremos lo mismo que
Jonás por aquellos que odiamos, o le pediremos a Dios que nos ayude a amar a
nuestros enemigos como Él lo ha hecho con nosotros?
Señor, soy
propenso a amar solamente a quienes me aman. Dame la gracia para amar como lo
hacía Jesús.
El amor lo
vence todo.
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