Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe. Juan 3:30
Las conferencias de evangelización de nuestra iglesia concluyeron con una reunión en la que se convocaba a toda la ciudad. Mientras el equipo que había organizado y encabezado el evento, formado por el grupo juvenil de música, consejeros y líderes de la congregación, subía al escenario, todos aplaudíamos emocionados y expresábamos nuestra gratitud por su ardua labor.
Sin embargo, hubo un hombre que casi pasó inadvertido, aunque era el líder de ese equipo. Días después, lo vi, le agradecí y lo felicité por su trabajo, y agregué: «Casi no lo vimos durante el programa».
«- A mí me gusta trabajar entre bambalinas», respondió. No le interesaba que lo reconocieran, sino que prefería que apreciaran el trabajo de los colaboradores.
«- A mí me gusta trabajar entre bambalinas», respondió. No le interesaba que lo reconocieran, sino que prefería que apreciaran el trabajo de los colaboradores.
Su forma de ser discreta fue todo un sermón para mí. Me recordó que, cuando sirvo al Señor, no debo buscar reconocimiento, ya que puedo honrar a Dios aunque los demás lo valoren expresamente o no. Una actitud prepotente, centrada en este caso en Cristo, puede causar unos celos mezquinos o unas rivalidades perjudiciales.
Es necesario que Jesús, el cual «es sobre todos» (Juan 3:31), «crezca, y que yo disminuya» (v. 30 LBLA). Con esta actitud, procuraremos que la obra de Dios progrese. El centro de todo lo que hacemos no debemos ser nosotros, sino Cristo.
Señor, sé el centro de mis pensamientos, deseos y acciones.
El centro de la escena le pertenece a Cristo.
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