“Señor, Tú creaste mis entrañas;
me formaste en el vientre de mi madre.
¡Te alabo porque soy una creación admirable!
¡Tus obras son maravillosas,
y esto lo sé muy bien!
Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
todo estaba ya escrito en tu libro;
todos mis días se estaban diseñando,
aunque no existía uno solo de ellos”. Salmo 139; 13,14,16
me formaste en el vientre de mi madre.
¡Te alabo porque soy una creación admirable!
¡Tus obras son maravillosas,
y esto lo sé muy bien!
Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación:
todo estaba ya escrito en tu libro;
todos mis días se estaban diseñando,
aunque no existía uno solo de ellos”. Salmo 139; 13,14,16
Con el nombre va mi propósito, va mi llamado y te dice quién es tu dueño ¡Como te puse nombre eres mío!
No eres un accidente, eres de Dios. Moisés había sido llamado por Dios, y un día se metió entre dos hebreos que estaban peleando, y le dijo al que maltrataba al otro: “¿Por qué golpeas a tu prójimo? Éste le respondió ¿quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros?” Moisés no sabía que Dios lo había puesto por juez, ¡ellos le estaban profetizando eso!
Un día Raquel, yendo para la Casa de Pan (Belén), tuvo dolores de parto y dio a luz un varón al que puso por nombre Benoni: “hijo de mi tristeza”. Ese hijo iba a crecer con culpa, con auto-reproche. La tristeza estaba marcada desde el mismo parto.
Pero su padre, Jacob, le cambió el nombre y le puso Benjamín: “hijo de mi mano derecha”.
El padre canceló la infancia triste, el auto-reproche, y lo llevó a Belén.
El padre canceló la infancia triste, el auto-reproche, y lo llevó a Belén.
Dios no te va a dejar a mitad del camino, te va a llevar a la Casa de Pan, porque Nuestro Padre siempre tiene la última palabra sobre nosotros, y Él te dice: ¡A pesar del dolor no nos vamos a quedar aquí!
Todo lo que Dios haga de bueno en nuestras vidas se lo vamos a pasar a nuestros hijos y nietos.
El Señor me llamó antes de que yo naciera,
en el vientre de mi madre pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
y me escondió en la sombra de su mano;
me convirtió en una flecha pulida,
y me escondió en su aljaba”. Isaías 49:1-2
en el vientre de mi madre pronunció mi nombre.
Hizo de mi boca una espada afilada,
y me escondió en la sombra de su mano;
me convirtió en una flecha pulida,
y me escondió en su aljaba”. Isaías 49:1-2
Habla de un proceso en el que “somos flechas en las manos de Dios”. Una flecha para ser usada en una batalla tiene que pasar por un proceso, por eso todavía estás en la aljaba. Dios te eligió antes de que nacieras y en el vientre de tu madre pronunció tu nombre. Cuando vas creciendo empiezan a verse las cosas que se diseñaron allí.
La primera fase por la que tienes que pasar es la del adiestramiento. El proceso sigue, y en el paso siguiente te vuelve a tomar y te vuelve a pulir. Después te vuelve a esconder ¿hasta cuándo Señor, me vas a esconder?
En el tiempo de adiestramiento nadie te conoce, y cuando nadie sabe que existes, cuando no tienes nada, llega el tiempo de la preparación.
Abraham y Sara se adelantaron a Dios y dijeron: “¿por qué esperar más?” Y cometieron un grave error. Tienes que ir al ritmo de Dios aunque te cueste; aunque te parezca que eres el mejor, todavía tienes que esperar un poco más.
Abraham y Sara se adelantaron a Dios y dijeron: “¿por qué esperar más?” Y cometieron un grave error. Tienes que ir al ritmo de Dios aunque te cueste; aunque te parezca que eres el mejor, todavía tienes que esperar un poco más.
La segunda fase es el retraimiento, es cuando la flecha sale de la aljaba y viene el momento de presión. Representa el momento de tensión, cuando Dios te pone en su arco, y tú te alejas más de la meta. Parece que todo está yendo para atrás, ese es el segundo momento que todos vamos a pasar.
Son los momentos difíciles, cuando viene el rechazo, cuando viene la crítica. Porque no es cuántos éxitos tú puedes tener, sino cuántas presiones puedes resistir.
La tercera fase es el lanzamiento. Serás lanzado hacia el blanco perfecto y alcanzarás todos tus sueños. Hoy nadie te conoce, Dios te está moldeando, después viene un momento de presión, pero después viene un momento en el que Dios te lanza y alcanzas la bendición.
Y cuando tú logras hacer blanco, ¿sabes qué hace Dios?, te da uno más grande. ¿Por qué Dios siempre te da un sueño más grande que tú? Para que crezcas más grande que tu sueño.
¿Por qué hay personas que no han funcionado en diferentes áreas de su vida, personas que no han alcanzado sus sueños económicos, sus sueños afectivos?, porque el sueño les quedó grande y ellos no crecieron, no fueron entrenados. El que sabe más es porque aprendió más. La ignorancia es una maldición.
Tenemos que ser adiestrados, porque el Espíritu Santo nos va a recordar todo lo que sabemos, y si no sabemos nada, no nos va a recordar nada. Dios te capacita; puso en tu boca Su Palabra como una espada afilada: te enseña a hablar fe.
Tenemos que ser formados, tenemos que ser entrenados. Ésa es la vida cristiana, ¡siempre entrenados, siempre bajo presión, y siempre en victoria!
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