El Evangelista

La humanidad ha visto a grandes hombres y mujeres que, gracias a sus cualidades, han prestado un gran servicio a la sociedad. Muchas de sus experiencias han servido para reconocerlos y a la vez servir de ejemplo, como es el caso del Ministro de Dios, Pedro Cartwright, poderoso y valiente evangelista.

En sus comienzos pastorales, fue invitado a predicar en una de las iglesias de la ciudad de Nashville, capital del Estado de Tennessee, en la región sur de Estados Unidos de Norteamérica. Cuando iba a comenzar su sermón, el pastor de aquella iglesia le habló al oído y en voz muy baja, le dijo: “Acaba de entrar el señor Andrés Jackson: Tenga cuidado de no decir algo que lo ofenda”. En aquel tiempo el señor Jackson era el Presidente de ese país. Se dice que el señor Cartwright comenzó su sermón más o menos de esta manera: “Me acaba de decir vuestro pastor, que el Presidente señor Andrés Jackson, está en la congregación y que debo tener cuidado con lo que yo diga para no ofenderlo; pero digo esto: Si Andrés Jackson no se arrepiente de sus pecados y no cree en el Señor Jesucristo, Dios condenará su alma de la misma manera que condenará la de un negro de Guinea”. Se cuenta que desde aquel día, el señor Jackson fue un buen amigo del evangelista.

Y guardaos de los hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os azotarán; y aun ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de mí, para testimonio a ellos y a los gentiles. Mateo 10:17-18

El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel. Hechos 9:15.

Los Reyes, los Presidentes, Gobernadores y líderes mundiales de cualquier nación no están exentos de recibir el Evangelio de Cristo Jesús. La intención de Dios es que toda criatura, que es parte de la humanidad, sea evangelizada, y eso fue lo que hizo el Ministro del Señor, Andrés Jackson. Él ejerció su facultad, dada por el Espíritu Santo, de no tranzar la Palabra de Dios, y lo mismo hizo el Apóstol Pablo cuando compareció ante el rey Agripa, y lo mismo deberían hacer todos los que han sido llamados. Si usted está en una posición privilegiada, que le permite tener acceso a personas que el común de sus hermanos en la fe no tiene, cumpla con Dios y predique, porque ellos necesitan conocer a Jesús. Está en usted abrirles las puertas del Reino de Dios.