Nada hagáis por rivalidad o por vanidad; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. Filipenses 2:3
«¿Tiene alguna prenda que le gustaría que le
lave?», le pregunté a alguien que nos visitaba en Londres. Se le iluminó el
rostro y, cuando se acercó su hija, le dijo: «Trae la ropa sucia. ¡Amy la va a
lavar!». Sonreí al ver que mi ofrecimiento había pasado de unas pocas prendas
a varios montones.Más tarde, mientras colgaba la ropa al aire libre, me vino a la mente una frase de mi lectura bíblica matinal: «con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a uno mismo» (Filipenses 2:3). Había estado leyendo la carta de Pablo a los filipenses, en la que los exhorta a vivir a la altura del llamado de Cristo, sirviendo y estando unidos los unos con los otros. Enfrentaban persecución, pero el apóstol quería que tuvieran un mismo sentimiento. Sabía que esa unidad, fruto de su unión con Cristo y expresada en el servicio mutuo, les permitiría mantenerse fuertes en la fe.
Podemos afirmar que amamos a los demás cuando no tenemos, para con ellos, ambiciones egoístas ni vana arrogancia, pero la verdadera condición de nuestro
corazón solo se revela cuando ponemos en práctica ese amor. Aunque estuve
tentada a quejarme, sabía que, como seguidora de Cristo, mi llamado era a poner
en práctica mi amor a mis amigos… con un corazón limpio.
Señor,
muéstrame formas de servir a familiares, amigos y vecinos para tu gloria.
La gracia de
la unidad resulta del servicio mutuo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario