domingo, 23 de octubre de 2016

Solitario del desierto

 Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su especie. Y vio Dios que era bueno. (Génesis 1:12).
"Solitario del desierto" es la historia personal de Edward Abbey sobre sus veranos como guardabosque en un parque nacional en Utah, Estados Unidos. Vale la pena leer el libro, aunque solo sea por el lenguaje vivaz y las gráficas descripciones de las bellezas naturales de aquel lugar.
Sin embargo, a pesar de sus cualidades artísticas, Abbey era un ateo que solo veía la belleza superficial de lo que disfrutaba. ¡Qué triste! Vivió toda su vida elogiando la belleza, sin captar la verdadera esencia de toda esa maravilla.
La mayoría de los pueblos antiguos tienen teorías sobre los orígenes rodeadas de leyendas, mitos y canciones. Pero la historia de Israel sobre la creación es única: hablaba de un Dios que creó la belleza para que la disfrutásemos con la alegría de un niño. Dios ideó el cosmos, lo hizo real con su palabra y lo declaró «hermoso». Después de crear el paraíso, formó al ser humano, lo puso en el Edén y le dijo: «¡Disfruta!»
Algunos ven y disfrutan de la belleza de los buenos regalos de Dios, pero «no lo glorifican como Dios, ni le dan gracias, sino que se envanecen en sus razonamientos» (Romanos 1:21).
Otros ven la belleza y dicen simplemente: «Gracias, Dios».

Señor, gracias por poder disfrutar de la belleza de tu creación.
Toda la creación refleja la belleza de Dios.

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