En general, las personas que llevan a cabo algo importante son apasionadas, con una gran ambición. Trátese de escalar una nueva cumbre, de obtener un premio Nobel o de combatir contra un invasor, siempre hay hombres activos dispuestos a sacrificarlo todo con el fin de alcanzar su gran objetivo.
Así era el apóstol Pablo después de que Cristo lo detuvo en el camino a Damasco. Se dedicó a trabajar para Cristo y, como si fuera un atleta en una carrera, se esforzaba sin detenerse a mirar hacia atrás, pues solo pensaba en la aprobación de su Maestro.
¡Pablo se ofrece para ser nuestro entrenador, e invita a cada cristiano a seguir sus pasos! Olvidemos, como hizo Pablo, lo que queda atrás: nuestros éxitos, que nos envanecerán, y también nuestros fracasos, porque nos desanimarán. Así, pues, extendámonos a lo que está delante, prosiguiendo a la meta, aunque esta carrera "todo terreno" no es un paseo. No, es muy seria, ¡y lo que está en juego es de capital importancia!
¡Tener la mente ocupada con cosas mundanas es intrascendente para el que tiene su patria en el cielo! ¿De qué hablan dos compatriotas que se encuentran en el extranjero? ¡De su país! De la misma forma, siempre estaremos de acuerdo y seremos felices si, entre cristianos, hablamos de la patria celestial, donde pronto Jesús nos llevará. “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:1-2).
¡Tener la mente ocupada con cosas mundanas es intrascendente para el que tiene su patria en el cielo! ¿De qué hablan dos compatriotas que se encuentran en el extranjero? ¡De su país! De la misma forma, siempre estaremos de acuerdo y seremos felices si, entre cristianos, hablamos de la patria celestial, donde pronto Jesús nos llevará. “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús” (Hebreos 12:1-2).
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