Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3)
Jesús comienza las bienaventuranzas con una declaración muy profunda, declarando que gozan de felicidad (otorgada por Dios), aquellos que son calificados como “pobres en espíritu” porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Este calificativo de Cristo: “pobres en espíritu” no parece ser la primera de las bienaventuranzas por casualidad, pues todo parece tener un orden divino cuando comenzamos a estudiarlas.
Jesús se refiere a un calificativo nuevo, a una categoría nueva de pensamiento: "pobres en espíritu". Era de esperar que aquellos discípulos y la multitud que le rodeaba, sumergidos bajo el yugo del imperio romano, estuviesen anhelando un rey político que los libertara de su pobreza y de su desgracia económica.
Era factible pensar que muchos no entenderían este concepto divino de ser pobres en espíritu.
Pero Jesús se refiere a un nuevo tipo de pobres, a otro tipo de pobreza, dejando en sus pensamientos una profundidad teológica que nunca antes se había escuchado, y que viene a ser fresca y profunda en pleno siglo XXI.
Ser pobres en espíritu significa un vacío total en el corazón humano. Es tener sed de Dios y la comprensión profunda de que nuestras más sublimes obras de piedad no son méritos que nos permitan alcanzar cierta bonanza divina.
Es comprender nuestra naturaleza adánica, es sentirnos débiles y enfermos por el cáncer del pecado. Pobres en espíritu es ser conscientes de la pobreza espiritual que hemos heredado por una rebelión que comenzó hace siglos, en el huerto del Edén. Y es que todos somos parte de esta rebeldía. (Romanos 3:23)
¿Has venido con manos vacías a la presencia de Dios?
Esto es parte de una pobreza espiritual, y es la única manera de alcanzar El Reino de los Cielos.
Esto es parte de una pobreza espiritual, y es la única manera de alcanzar El Reino de los Cielos.
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