Uno es vuestro Maestro, el Cristo. Mateo 23:8
No vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo. Marcos 9:8
No vieron más a nadie consigo, sino a Jesús solo. Marcos 9:8
A sus amigos que se hacían llamar por su nombre, un reformador decía: les ruego que dejen de valerse de mi nombre y llámense simplemente "cristianos". Yo no fui crucificado por nadie. Ni soy ni quiero ser el maestro de nadie. Cristo es nuestro único Maestro.
Ante una multitud entusiasta que quería adorarlos, Bernabé y Pablo reaccionaron enérgicamente, diciendo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros” (Hechos 14:15). ¡Qué dispuestos estamos a seguir a un hombre! Y también, ¡qué presto está un hombre a presentarse como "maestro" ante sus semejantes, o como intermediario entre Cristo y los hombres! Cuando Jesús estaba en la tierra, invitaba a quienes encontraba a seguirlo, y les mostraba el peligro de seguir a "extraños” (Juan 10:5).
Ante una multitud entusiasta que quería adorarlos, Bernabé y Pablo reaccionaron enérgicamente, diciendo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros” (Hechos 14:15). ¡Qué dispuestos estamos a seguir a un hombre! Y también, ¡qué presto está un hombre a presentarse como "maestro" ante sus semejantes, o como intermediario entre Cristo y los hombres! Cuando Jesús estaba en la tierra, invitaba a quienes encontraba a seguirlo, y les mostraba el peligro de seguir a "extraños” (Juan 10:5).
Cristianos, no nos equivoquemos, uno solo es nuestro Maestro, Jesucristo, quien dio su vida por nosotros. Debemos respetar a todos los hombres, honrar a nuestros hermanos y tener a algunos “en mucha estima y amor por causa de su obra” (1 Tesalonicenses 5:13), pero a quien debemos seguir es a Cristo, el único digno de nuestra adoración. ¿A quién iremos?, dijo Pedro, dirigiéndose a Jesús (Juan 6:68). Solo Él tiene “palabras de vida eterna”, solo Él es nuestro Dios Salvador.
¿A quién pues acudir?
Tu voz de encantos llena
nos dice: No temáis,
siempre confiad en mí; consuelo Tú nos das,
De gozo el alma plena;
¿A quién pues acudir, ¡oh Jesús! sino a ti?.
Tu voz de encantos llena
nos dice: No temáis,
siempre confiad en mí; consuelo Tú nos das,
De gozo el alma plena;
¿A quién pues acudir, ¡oh Jesús! sino a ti?.
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