miércoles, 21 de septiembre de 2016

Agradeciendo por mis dificultades

Cuando me diagnosticaron por primera vez diabetes en el año 2000, estaba convencida de que los medicamentos me curarían. Ésta, después de todo, es la era de la tecnología y las drogas milagrosas.
Pero no conté con mi aumento de peso ni me percaté de que, al verse afectado mi sistema inmunológico, sería diagnosticada con artritis. Ya en la primavera de 2004 fui al médico con la peor infección respiratoria de mi vida. Melancólicamente, seguía repitiéndome a mí misma: “los diabéticos son seis veces más propensos a morir de un resfriado”. Para cuando puse mi pie en la balanza del médico, estaba tan enferma que hasta la muerte era una buena noticia.
Entonces vi mi peso. ¡Pesaba 95 kilos! ¡Estaba a dos kilos de llegar a ser mi abuela!
Mi doctor me recetó un suministro de antibióticos para dos semanas, una botella de “prednisona”,... pero en el proceso abandonó su puesto. Ahora tenía que buscar otro médico.
¡Qué bien! Estaba aterrada, pero a pesar de mis temores, mi búsqueda resultó una de las mayores bendiciones de mi vida.
A través de las conexiones familiares y mucha oración, hallé a mi doctor, una holandesa de habla suave, que no veía mi situación médica como una sentencia de muerte.
Ella vio mi condición como un punto de partida para una salud mejor. Estuvo abierta a métodos alternativos para el control de la diabetes. Fue compasiva, profunda, y entusiasta sobre mi plan de ejercicios y una dieta baja en calorías. “Usted puede lograrlo”, me aseguró, y yo la creí.
Me fui a casa y comencé a examinarme interiormente. ¿Creo que mi vida y mi cuerpo son dones de Dios? ¿Creo que tengo la responsabilidad de mi propia salud? ¿Creo que la única manera de agradecerle a Dios por esta vida es honrar Su don? ¿Le debo a mis hijos ser una madre? ¿Quiero envejecer con el amor de mi vida? Mi respuesta entonces y ahora, ¡es un resonante sí!
Hace un año, celebré mi cincuenta y ocho cumpleaños comprando una andadora a motor, y comencé una dieta saludable, baja en carbohidratos de vegetales y frutas. Para fines del primer mes había avanzado de dar solo unos pasos a medio kilómetro ¡y había perdido tres kilos!
Mi paladar se hizo más sensible y comencé a notar el sabor único de las comidas frescas. Una manzana y un par de cucharaditas de mantequilla de maní eran una delicia para mí. Sin agregar azúcar, descubrí que me encantaba el verdadero sabor de la zarzamora y del arándano.
Fue sorprendente la rapidez en adaptarme a mi nuevo estilo de vida saludable. Gracias a Dios, tomé mi decisión de comenzar la dieta baja en carbohidratos.
He descubierto deliciosos alimentos con bajos carbohidratos hasta abarrotarme completamente. Hasta puedo convidarme a mí misma a comer pan, pudines y mi comida favorita personal, leche achocolatada, todo con bajos carbohidratos. Me consagré a reinventar mis recetas favoritas, creando saludables delicias con bajos carbohidratos, como panecillos y crepes de soja, ¡que saben como los originales!
En solo unos cuantos meses, caminaba casi dos kilómetros diarios en mi cinta andadora. Natural mi impaciencia en caminar en mi lugar durante media hora completa, cosa harto difícil para mí, con solo mis pensamientos para entretenerme. Por lo tanto, decidí dedicar aquel tiempo para adorar.
Mientras escucho mis himnos favoritos, le agradezco a Dios por cada buena dádiva en mi vida. Me he sorprendido al descubrirme a mí misma agradeciéndole también por mis dificultades, que han creado en mí una terca perseverancia y fortaleza.
En poco más de un año, he perdido dieciseis kilos y cuatro tallas de vestimenta, ¡y sigo perdiendo! Compruebo el nivel de azúcar que tengo en mi sangre frecuentemente durante el día, especialmente antes y después del ejercicio.
Hace un año me quitaron todo medicamento para la diabetes y para el azúcar en mi sangre. Estoy en mi cumpleaños cincuenta y nueve que permanece felizmente bajo control. Mi artritis es menos dolorosa, y estoy practicando la jardinería de nuevo.
Mi sistema inmunológico otrora fallón se ha rejuvenecido. Me defiendo de la infección y la enfermedad, ¡y tengo más energía que la que había tenido en años!
No te des por vencido/a. Dios te ama y te ha convertido en un regalo para los tuyos. Cuida tu vida y tu cuerpo por amor a Dios, a ti mismo y a los tuyos.
Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional. Romanos 12:1.


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