miércoles, 3 de agosto de 2016

Esperar el tiempo de Dios

Los cánticos que entonamos en la iglesia tienen un gran significado para nuestras vidas. Hay un canto popular que dice: “Esperar en ti, difícil sé que es, mi mente dice no, no es posible, pero mi corazón confiado está en ti. Tú siempre has sido fiel, me has sostenido”.
El coro de ese canto nos refleja una oración, que muchas veces nos es difícil hacer en los momentos de prueba y de crisis. El coro dice, “Y esperaré, pacientemente”. En ocasiones, simplemente, es muy difícil esperar el tiempo de Dios.
Eclesiastés 3 es un texto muy conocido por muchos de nosotros. El texto refleja que hay tiempo para todo; que cada actividad llega a su tiempo, incluso en estos últimos tiempos. Tenemos que reconocer que esperar el tiempo de Dios no es nada fácil.
Es algo difícil de hacer en ocasiones, especialmente en los momentos de crisis y tribulación. Veamos algunos ejemplos del Antiguo Testamento que nos enseñan qué ocurre cuando no esperamos el tiempo del Señor.
Rubén, el hijo que no supo esperar.
Rubén era uno de los doce patriarcas, hijos de Jacob. Específicamente él era el primogénito. En el contexto patriarcal sabemos que la primogenitura era algo muy importante, pues el primogénito recibía el honor de ser el heredero oficial del clan. El problema de Rubén no fue haber sido el primogénito, sino que intentó reclamar sus derechos antes de tiempo y faltó al respetó a su padre Jacob.
Génesis 35.22 nos cuenta que mientras Jacob hacía duelo por la muerte de Raquel, Rubén aprovechó para “dormir con Bilha, la concubina de su padre, lo cual llegó a saber Israel (Jacob)“. Tomar la esposa de su padre en ese contexto, significaba que estaba clamando por su primogenitura antes de tiempo. Se estaba proclamando como el heredero principal, y Jacob su padre ni siquiera había muerto.
Los años pasaron y cuando Jacob estaba a punto de morir, hizo llamar a todos sus hijos para repartir su herencia. Rubén estaría muy emocionado, pues según él, finalmente recibiría sus derechos como
 primer nacido completamente. Pero Génesis 49.1-4 nos enseña que no recibió la bendición que esperaba, pues Jacob en su lecho de muerte le echó en cara la mala actitud que había tenido años atrás al tomar a Bilha como mujer, y así intentar proclamarse como el heredero. Rubén no recibió lo que tanto había anhelado.
Acán, la avaricia no le hizo esperar.
En el tiempo de Josué y de las conquistas de las tierras de Canaán, los Israelitas habían triunfado sobre Jericó. Dios les había dado la victoria sorprendentemente. La próxima ciudad a conquistar era la ciudad de Hai. Realmente no era una gran amenaza para un pueblo tan numeroso como Israel, pero increíblemente los Israelitas perdieron la batalla contra esta ciudad. Josué 6.18-19 nos enseña que Dios había dicho que el tesoro que encontraron en Jericó sería para Él solamente y no para los israelitas.
Acán imprudentemente tomó algunos de los tesoros para él (7.20-21) y fue castigado por ello con la muerte.
Lo que realmente llama la atención de este relato es la orden siguiente que da Dios, cuando finalmente les daría la victoria sobre la ciudad de Hai. Josué 8.2 dice, “Y harás a Hai y a su rey como hiciste a Jericó y a su rey; sólo que sus despojos y sus bestias tomaréis para vosotros…”. Si Acán hubiese esperado hasta Hai, hubiese obtenido muchos bienes sin ningún problema, pero no supo esperar y murió apedreado por el pueblo.

¿Nos parecemos a Rubén y Acán?
Tenemos que reconocer que a veces nosotros tampoco esperamos el tiempo de Dios, como lo hicieron estos hombres. A veces queremos las cosas de manera “rápida e instantánea”. Estamos tan acostumbrados a cosas instantáneas, como el microondas, Internet, el control remoto, que queremos que Dios trabaje de la misma manera con nosotros.
Queremos que las bendiciones vengan “ya”, “aquí” y “ahora”. Hay que reconocer que a veces somos un poco impacientes cuando se trata de recibir una respuesta de Dios, y mucho más cuando estamos sumergidos en momentos de crisis.
Otro aspecto muy importante a considerar es que si no esperamos el tiempo de Dios, es muy probable que experimentemos tragos amargos. Rubén y Acán pasaron tragos amargos por no esperar el tiempo de Dios, y lo mismo nos puede suceder a nosotros. Por ejemplo, en ocasiones un bello embarazo puede convertirse en muchas lágrimas y sufrimiento, si no se dio en el tiempo correcto. Se pudo haber dado dentro del vínculo matrimonial, pero por “adelantarse al tiempo”, éste puede llegar a ser un gran sufrimiento para los jóvenes y aquellos que los aman.
En otras ocasiones nos comportamos como Sara, que quiso darle una “ayudadita a Dios” promoviendo la relación entre Abraham y Agar, la esclava. Y Sara después tuvo que pasar “un trago amargo” cuando Ismael trajo disputas a Isaac. Si no esperamos el tiempo del Señor, es muy probable que pasemos tragos amargos en nuestras vidas, todo como consecuencia de nuestra impaciencia.
En cambio, si actuamos en el tiempo de Dios, Él nos mostrará su bendición. No hay nada como moverse en el tiempo de Dios. ¿Y cómo sabemos cuándo es ese tiempo? No es posible responder a esa pregunta en tan poco espacio, pero sí debemos pedirle a Dios que nos muestre su tiempo perfecto. Actuemos en el tiempo de Dios.
Él no llega ni antes ni después. Dios siempre llega en el momento exacto. Como creemos esto, podremos cantar libremente el coro de aquel popular canto “y esperaré pacientemente...”


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