Cuando era niña y vivía en China, retuve esta comparación de un predicador del Evangelio: "Si dejamos un trozo de madera en un lugar oscuro, todo tipo de insectos irán a esconderse debajo. Pero si lo dejamos a plena luz, los insectos huirán, pues les horroriza la luz. Así ocurre con nuestro corazón: Si Jesús, la Luz del mundo, no habita en él, nuestro corazón está en la oscuridad y esconde toda clase de malos pensamientos. Pero cuando lo recibimos a Él, y a la Luz que nos trae, todos nuestros malos pensamientos se van".
Desde mi infancia siempre he tenido miedo a los insectos. Un día, jugando al croquet en el patio, vi sobre la hierba una piedra blanca y lisa. La levanté con mi mazo y al instante un lagarto grande, un ciempiés y algunos pequeños insectos huyeron velozmente de esta inundación de luz. Entonces, una voz interior me dijo: "Tú eres como esa piedra, lisa y blanca por encima, pero llena de pecados por debajo".
En ese momento comprendí cuán hipócrita era al pretender seguir las tradiciones chinas de amor, justicia y virtud, y tuve la profunda convicción de que era pecadora. Dejé caer mi mazo y me fui a mi habitación… Eché una mirada a mi alrededor para asegurarme de que nadie me estuviera viendo, y luego me arrodillé al lado de mi cama y oré: "Señor Jesús, perdona mi pecado y ayúdame a comprender tu Palabra". Al levantarme, mi corazón latía fuerte y mi cara ardía. ¡Al fin había hallado la paz!
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
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