martes, 5 de julio de 2016

Mentir

“Yo tenía 16 años y estaba viviendo con mis padres, en el Instituto que mi abuelo había fundado a 30 kilómetros en las afueras de la ciudad de Durban, en Sudáfrica, en medio de plantaciones de azúcar.
Estábamos bien en el país y no teníamos vecinos, así que a mis dos hermanas y a mí siempre nos entusiasmaba poder ir a la ciudad a visitar amigos o ir al cine.
Un día mi padre me pidió que lo llevara a la ciudad para atender una conferencia que duraba el día entero y yo salté de alegría con la oportunidad.
Como iba a la ciudad, mi madre me dio una lista de cosas del supermercado que necesitaba, y como iba a pasar todo el día en la ciudad, mi padre me pidió que me hiciera cargo de algunas cosas pendientes como llevar el coche al taller.
Cuando me despedí de mi padre, él me dijo: -Nos vemos aquí a las 5 P.M. y volvemos a casa juntos.
Después de muy rápidamente completar todos los encargos, me fui hasta el cine más cercano. Me centré tanto en la película, una película doble de John Wayne, que me olvidé del tiempo. Eran las 5:30 P.M. cuando me acordé. Corrí al taller, conseguí el coche y me apuré hasta donde mi padre que me estaba esperando. Eran casi las 6 P.M.
Él me preguntó con ansiedad: -¿Por qué llegas tarde? Me sentía mal por eso, y no le podía decir que estaba viendo una película de John Wayne. Entonces le dije que el auto no estaba listo y tuve que esperar. Esto lo dije sin saber que mi padre ya había llamado al taller.
Cuando se dio cuenta que había mentido, me dijo: -Algo no anda bien en la manera que te he criado, que no te ha dado la confianza de decirme la verdad. Voy a reflexionar qué es lo que hice mal contigo. Voy a caminar los 30 kilómetros hasta casa y pensar sobre esto.
Así que vestido con su traje y sus zapatos elegantes, empezó a caminar hasta la casa por caminos que ni estaban asfaltados ni iluminados. No lo podía dejar solo, así que yo conduje 5 horas y media detrás de él… viendo a mi padre sufrir la agonía de una mentira estúpida que yo había dicho.
Decidí desde entonces, que nunca más iba a mentir.
Alguien le preguntó una vez al gran Aristóteles:
– “¿Qué se gana con la mentira?”
– “Que no te crean cuando dices la verdad” respondió el filósofo.
Salmos 119:29
Aparta de mí el camino de la mentira, Y en tu misericordia concédeme tu ley.
Proverbios 13:5
El justo aborrece la palabra mentirosa;
Salmos 32:2
Bienaventurado el hombre a quien Dios no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmos 34:13
Guarda tu lengua del mal, Y tus labios de hablar engaño.

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