Cada lugar, cada cultura, cada tiempo tiene sus costumbres, sus manías, sus miserias y sus grandezas. Siempre pensamos que el vecino, el de fuera, el que no es como nosotros es raro. Pensamos, enjuiciamos, y desde nuestra más supina ignorancia lo que hacen los demás es extraño, no es normal, no es como lo nuestro que, claro está, como es nuestro es lo mejor. Pero siendo serios y sensatos hemos de reconocer que, aunque actualmente hay mucha globalización y demás cosas de los adelantos, en muchos aspectos estamos aún como algunos primitivos que se creían el centro del mundo. En este punto, el desafío bíblico adquiere más fuerza que nunca antes: “amarás al prójimo como a ti mismo”.
Dios me ha permitido vivir en distintos sitios, en algunos casos durante meses, y en otros lugares varios años; y en cada uno de ellos he podido encontrar a personas que son amables y encantadoras, o a personas que son más secas que el desierto del Sáhara en tiempo de sequía, valga la expresión; parece paradójico pero es real que, si un día me levanto de mal humor veo que hay muchas personas así, lo cual evidencia que influye en mí la forma de ver a las personas. Me apena oír a personas que viven fuera de sus lugares de origen, que cuando hablan de los lugareños los definen de un modo rudo y con ciertas expresiones soeces, olvidándose que quizá no es un problema de las personas del lugar sino de quien ha llegado de fuera, que no ha intentado adaptarse al lugar y a su entorno.
En España son muy diferentes los gallegos, catalanes, madrileños, canarios o andaluces, pongamos por ejemplo, pero en todos lados hay personas no solo encantadoras sino que son toda una bendición de Dios. Que Dios nos ayude a valorar a los que no son de nuestro lugar de origen como lo que son: vidas que, como la tuya y la mía, Dios ha creado.
Una persona que ve a todos los demás como raros, como los que hacen las cosas al revés de lo normal, es una persona que jamás progresará, es una persona que vivirá con una visión ampliable muy corta porque tiene un corazón corto. Las experiencias, las costumbres, el ritmo de vida de un lugar no es exportable ni imponible en otro sitio, y esa variedad hace que cada sitio, cada entorno, tenga su carácter típico, su propio estilo. Los israelitas tuvieron ese problema: estaban pensando en Egipto continuamente; tanto echaban de menos la vida allí, que la promesa de las bendiciones de Dios en la nueva tierra no la llegaron a disfrutar porque perdieron la visión de futuro. Creer que lo que hacemos nosotros es lo mejor y que en otros sitios están equivocados, el pensar que solamente lo que se hizo en tiempos pasados era lo genuino, lo que tenía la unción de Dios, es perder de vista las bendiciones que el Eterno tiene preparadas para los que viven por fe. Podemos pasar años y años poniendo defectos a lo que hacen los demás, a lo que piensan los demás cristianos en vez de estar conquistando los territorios espirituales sobre los cuales Dios nos da la victoria. El victimismo (¡qué mal estoy!) o el triunfalismo (¡soy el mejor, los demás son unos mediocres!) son armas que Satanás usa para derrotarnos. Ojalá viésemos a los demás que buscan a Cristo, como instrumentos que Dios quiere usar para edificarnos.
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