martes, 10 de mayo de 2016

No hay peor ciego...

Una mañana caminaba apresuradamente de la mano de mi abuela. Yo no sabía hacia dónde nos dirigíamos, simplemente caminaba, bueno, más bien trotaba para mantener el paso al lado de ella.
El rostro de mi abuela parecía angustiado y preocupado. A través de sus gafas se podía ver una mirada perdida y ensimismada en sus pensamientos; por fin hizo un alto sobre la calzada. Carmen Argüello, después de algunos minutos, se animó a preguntar a dos señoras que estaban hablando casi junto a nosotros; no recuerdo bien lo que preguntó, pero una de las señoras le dio la información muy detallada, y mi abuela se lo agradeció y remató con dos dichos populares que se quedaron grabados en mi cabeza.
“En tierra de ciegos, el tuerto es el rey”, y “el que persevera alcanza”. Después oí estos mismos refranes muchas veces, pero nunca alcanzaron tanta importancia como aquel día. Subimos a un autobús y pudimos encontrar sitio para sentarnos, mi abuela me acomodó pegado a la ventana y ella en el pasillo. Después de un rato le pregunté a dónde íbamos, y como respuesta recibí un abrazo y me acurrucó en sus piernas; yo comencé a dormitar pues el calor y el vaivén del autobús se convirtió en un suave arrullo.
Una de las veces que abrí los ojos, pude ver como una lágrima escurría sobre las mejillas de mi abuela. No comenté nada, llegamos a la terminal del recorrido, bajamos del autobús y comenzamos a caminar. Mi abuela parecía muy segura del camino a seguir, y algunas manzanas después llegamos a un edificio. Subimos las escaleras y tocamos a la puerta de un apartamento; al abrirse la puerta apareció mi tía, que con un fuerte grito de MAMÁ abrazó a mi abuela y cerrando la puerta, se dirigieron a una de las habitaciones. Yo no sabía qué sucedía y acercándome al "corralito" de mi prima jugué con ella; no sé cuánto tiempo pasó ni qué fue lo que hablaron mi tía y mi abuela, pero debió haber pasado mucho tiempo porque al salir mi abuela comentó: vámonos porque ya es muy tarde y no he preparado nada para comer. Me levanté rápidamente, abracé a mi tía y salimos del apartamento, pero antes que mi tía cerrara la puerta mi abuela gritó: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, y apresuró el paso. Al igual que los otros dos refranes, éste también quedó firmemente apegado a mis recuerdos. Pasados algunos meses, mis abuelos recibieron una llamada telefónica y comentaron que se iban. Solo Dios sabe cómo será su vida, solo sé que fue de las pocas veces que vi a mis abuelos abrazarse y darse consuelo el uno al otro. Yo quería saber quién les había hablado, quién se iba, el caso es que el fin de semana siguiente mi tía llegó con unas cajas a la casa de mis abuelos. Muy feliz, les decía que estaría en contacto con ellos, que los visitaría cada vez que tuviera vacaciones y que estaba segura que les iría muy bien en el lugar donde ahora vivirían. Mi abuelo abrazó muy fuerte a mi prima, apretó los cachetes de mi primo que aún era un bebé, se despidió de mi tía al igual que mi abuela, y ésta, con lágrimas escurriendo sobre sus mejillas y quitándose las gafas, abrazó a mi tía y le dijo nuevamente “NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER”
Este refrán impactó mi vida, venía a mi mente una y otra vez. Junto con los otros dos imaginaba un grupo de personas ciegas dando tumbos, caminando sin rumbo y llenos de desesperación tratando de encontrar algo o a alguien que los pudiera guiar; imaginaba ver aparecer a un hombre con un parche en un ojo tomando el control de ese grupo de ciegos, dictaminando el camino a seguir para poder salir. No sé por qué en mi imaginación, ese grupo de ciegos y su “rey” tuerto estaban buscando una salida hacia un lugar mejor donde ya no sufrieran, pero no podían encontrar ningún camino que los llevara a ser libres.
Pasaron algunos años y pude entender el significado de esos refranes que tanto tiempo estuvieron en mi interior. Cuando estudiaba la secundaria me premiaron con un reconocimiento a la perseverancia, fui llamado a la sala de maestros y allí, tras una breve ceremonia, me entregaron la medalla a la perseverancia.
Recuerdo muy bien las palabras de mi tutor cuando dijo ser el primero en haber recomendado al alumno que tan inquieto, física e intelectualmente, había tenido que supervisar de manera personal. Reconocía mi perseverancia y tenacidad al proponerme algo; el maestro de física y química estrechó mi mano y me dijo con voz fuerte: “demostraste pese a que aseguráramos que tú jamás podrías volar, tu tenacidad y constancia, valores que hicieron de ti un abejorro, un vivo ejemplo para todos”. Al salir de allí, tras los aplausos y felicitaciones de mis directores y maestros, me sentí lleno de orgullo y entendí el significado del dicho de mi abuela. Ella literalmente dijo “El que persevera alcanza”.
Siendo constante, y no escuchando los malos consejos y las opiniones contrarias de los que desean que fracases, permaneciendo firme en tu objetivo, siempre podrás volar. Jesucristo dijo: “…Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pueden pedir lo que quieran, ¡y les será concedido!..” (Juan 15:7 NTV),... eso es perseverar contra viento y marea, permanecer pegado a Él.
Los otros dos fueron revelados de manera menos festiva, pero sí edificante; “…el tuerto es el rey” tomó un marcado significado en mí. En el diario andar te encuentras con personas que sienten o creen tener un conocimiento un poco mayor o menos defectuoso que el tuyo, y pretenden dirigir tu vida y la de otros basados en su escaso y defectuoso entendimiento. No pueden ver más allá de lo evidente, su limitada visión y defectuosa sabiduría los mantiene prisioneros de sus emociones, y quieren salir de su prisión profundizando en el saber más y más. En esa desesperación arrastran consigo a los que aman, confiando en su escasa sabiduría; en la Biblia se encuentra escrito en el libro de Oseas 4:6 (NTV) “…Mi pueblo está siendo destruido porque no me conoce. Así como ustedes, sacerdotes, se niegan a conocerme, yo me niego a reconocerlos como mis sacerdotes. Ya que olvidaron las leyes de su Dios, me olvidaré de bendecir a sus hijos…”
Queremos conseguir la bendición sin conocer la fuente de la misma, queremos que nuestros hijos no sufran lo que nosotros sufrimos. Pretendemos hacer que su vida sea menos complicada que la nuestra pero nos negamos a conocer al Maestro, rechazamos y menospreciamos a los enviados a llevarnos de la mano a la luz de su verdad y ... ¡claro!, hacemos ciegos a nuestros hijos.
Lo más difícil es ver la cruda verdad, que no siempre es lo que esperamos o queremos, que no siempre va a gustarnos verla. Por eso mi abuela decía “No hay peor ciego que el que no quiere ver”, lo que nos convierte en necios. La palabra necio aparece 71 veces en la Biblia; solamente el libro de proverbios pareciera querernos advertir, Proverbios 23:9 (LBLA) “…No hables a oídos del necio, porque despreciará la sabiduría de tus palabras…”
Eso es lo que sucedió cuando mi tía se cegó para ver más allá, despreció los consejos de la abuela, y el resultado no fue como ella esperaba o soñaba; fue muy amargo y desafortunadamente, ya no había vuelta atrás. Pero no fue ella la única persona que lo hizo, yo mismo lo he hecho muchas veces, también he tropezado con muchas personas que hacen justo lo que Eclesiastés 10:14 (LBLA) dice: “...El necio multiplica las palabras, pero nadie sabe lo que sucederá, ¿y quién le hará saber lo que ha de suceder después de él?..” Desgraciadamente, cuando nos damos cuenta de nuestro error ya es tarde para poder dar marcha atrás.
¿Por qué es tan difícil hacer caso a los consejos de alguien?
Podríamos pensar que esa persona no tiene ningún interés en que nuestra vida sea mejor, pero lo triste es que tampoco los consejos de nuestros padres, que literalmente se pondrían en nuestro lugar, y menos aún los consejos de Dios cuando nos advierte lo que pasará y que para nosotros no es evidente; lo dice la biblia en Eclesiastés 5:1-4 (LBLA): “…Guarda tus pasos cuando vas a la casa de Dios, y acércate a escuchar en vez de ofrecer el sacrificio de los necios, porque éstos no saben que hacen el mal. No te des prisa en hablar, ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios. Porque Dios está en el cielo y tú en la tierra; por tanto sean pocas tus palabras. Porque los sueños vienen de la mucha tarea, y la voz del necio de las muchas palabras. Cuando hagas un voto a Dios, no tardes en cumplirlo, porque Él no se deleita en los necios. El voto que haces, cúmplelo…”
No hay peor ciego que el que no quiere ver”, abre tus ojos y tus oídos a la voz de quien escribió la historia, pues Él conoce el principio y el fin. Quién mejor para guiar tu mano por el lugar correcto, la luz de la verdad ciega cuando no queremos reconocer que nuestra sabiduría está limitada y defectuosa, que somos tuertos queriendo guiar a ciegos, pero cuando la luz alumbra la oscuridad desaparece, la ceguera se va. Recuerda que la corrección a nadie le gusta pero en el libro de Proverbios en su capítulo 3:11-12 (LBLA) nos advierte “…Hijo mío, no rechaces la disciplina del Señor ni aborrezcas su reprensión, porque el Señor a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita…”


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