¿Es posible que un creyente se pierda al no lograr vivir sin pecar?
1. El que se convierte al Señor Jesucristo, según Efesios 1:13-14, es sellado con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras hasta el día de la salvación. En otras palabras: el renacido recibe, de parte de Dios, una garantía de que Él lo guardará hasta el día de la salvación.
2. Según Juan 16:13 el Espíritu Santo nos guía a toda verdad. Un hombre que recibió al Espíritu Santo es salvo eternamente. El Señor Jesús dice expresamente en Juan 10:28 que nadie arrebatará a sus ovejas de Su mano, subrayándolo en el versículo 29: “…nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”.
Pero ahora se plantea la pregunta: “¿Qué pasa si peco a pesar de tener esta maravillosa posición de hijo de Dios?”, Juan responde a esta interrogante: “…y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). El creyente renacido y lleno del Espíritu Santo ha sido redimido de la culpa y del poder del pecado, pero no así aún de la presencia del mismo. Y en este punto fracasan muchos hijos de Dios por falta de conocimiento de la GLORIA de SU persona. Pero también está escrito: “Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Proverbios 24:16). No obstante, la Biblia nos exhorta insistentemente, señalándonos que, por consciente desobediencia, podemos perder la “segunda bienaventuranza”. La “primera bienaventuranza” es la vida eterna que recibimos gratuitamente por la fe en Jesucristo, mas la “segunda bienaventuranza” es la recompensa que recibiremos.
La primera es imperdible mientras que la segunda se puede perder. Un padre carnal nunca puede negar que tiene un hijo o deshacer este hecho, pero puede desheredarlo. La “recompensa” o como lo expresa el Nuevo Testamento de varias maneras, “la corona”, o “la herencia” la obtenemos solo por seguir fielmente a Jesús (Romanos 8:17 y 1 Corintios 3:11 y ss. y también las ocho promesas para los vencedores en el Apocalipsis).
Pero, volvamos a la pregunta: ¿puede un creyente perderse? Existe el gran peligro de encuadrar una multitud de verdades de la salvación que recibimos de parte de Dios, en categorías humanas.
Este camino siempre termina con conclusiones estériles. Y se plantea, en este caso, la pregunta: ¿Quién es realmente una persona renacida y quién no lo es? La Palabra de Dios nos exhorta a no juzgar “nada antes de tiempo” (1 Corintios 4:5). Si yo, por ejemplo, en base a Juan 10, digo generalmente: “Un creyente nunca jamás puede perderse”, esta es una buena y verdadera respuesta bíblica para creyentes temerosos, tímidos y afligidos por dudas.
Pero es una respuesta peligrosa para cristianos tibios, carnales y cómodos, que entonces dicen “Miren, ya no nos puede pasar nada”, porque ya no aspiran de ninguna manera a una vida de santidad y de entrega al Señor. La Escritura nos exhorta a “usar bien la Palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Y la misma Palabra de Dios mantiene esta tensión para que ningún creyente se anime a vegetar convirtiéndose en un cristiano cómodo y carnal. La Biblia dice, por un lado, como ya lo mencionamos, en Efesios 1:13, que los creyentes fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa y que Él es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de Su gloria (Efesios 1:14). Pero por otro lado, la Escritura nos exhorta en Hebreos 3:14 con gran seriedad:“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio”.
Y está escrito también: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado” (Hebreos 4:1). La pregunta “¿puede un hijo de Dios perderse?” surgió de un deterioro del discipulado de Jesús. Porque para un creyente renacido que ama al Señor Jesucristo de todo corazón, tiene solamente una pasión: “¿cómo puedo agradar aún más a mi Señor, servirle mejor y progresar en la santidad?”. No es relevante la pregunta de si un renacido aún puede perderse o no. Por supuesto se cita inmediatamente la siguiente objeción: “Pero hay también personas que estaban en el camino y que ahora se apartaron por completo”. En cuanto a esto dice 1 Juan 2:19: “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros”.
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