jueves, 28 de abril de 2016

El misterio de la cruz de Jesús

Éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).
Efesios 2:3-5

Cuando Rembrandt murió en 1669, el notario que hizo el inventario de sus bienes anotó lo siguiente: "El único libro hallado en su casa fue la Biblia, libro que acompañó al pintor durante toda su vida".
Desde muy joven, Rembrandt ilustró numerosas escenas de la Biblia, en las que a menudo se representó a sí mismo en medio de los personajes. Sin embargo, según avanzó en edad se puede apreciar una diferencia: en sus obras de juventud está entre los espectadores; en cambio con la edad, el pintor pasa a ser un participante. Es como si captase poco a poco el sentido de la muerte de Jesús.
En uno de sus cuadros se ve a unos hombres levantando la cruz en la que Jesús estuvo clavado. Rembrandt se pintó a sí mismo con la identificación de un personaje que ayudó a levantar la cruz. La expresión desesperada de su rostro, la mirada acusadora del jefe de los soldados, ponen el acento sobre la responsabilidad de cada uno, y más especialmente del que representa al pintor.
Rembrandt tuvo la profunda intuición de que, dado que Jesús murió en la cruz, los hombres que lo clavaron en el madero no fueron los únicos responsables, sino que él mismo, Rembrandt, fue culpable. Él también contribuyó a la muerte de Jesús, porque Jesús murió por todo el mundo.
Poco a poco, el pintor captaría esta gran verdad y sus cuadros dejarían ver a un hombre maravillado, ganado por el amor de Jesús, el Hijo de Dios.

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