martes, 22 de marzo de 2016

El sentido de mi vida

Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu. Eclesiastés 2:17
Vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí. Gálatas 2:20
Inline image 1Después de mi entrada en la cárcel empecé a escribir un diario. Algo me empujaba a escribir. 
En aquel momento no comprendía el sentido de mi vida, pero un día descubrí, encima de un armario, un Nuevo Testamento. Empecé a leerlo, pero a menudo me detenía; me sentía culpable al ver lo que los hombres habían hecho a Jesús; me sentía tan malo como ellos. Lloré mientras me hacía preguntas sobre el bien y el mal, así como sobre la muerte de Jesús. Luego dejé de leer durante mucho tiempo, porque lloraba cada vez que quería continuar leyendo. Todo esto me hizo reflexionar sobre el sentido de la vida y de la muerte; esto era lo que más me preocupaba. 
Un día me cambiaron de celda y viví en una completa humillación, pues me insultaron sin cesar hasta el punto de decirme que tenía un demonio, pero gracias a Dios sobreviví. Para soportar todo eso, me puse a copiar el Nuevo Testamento, apropiándome de la paz y el consuelo que Jesús quería darme cada día. Todo lo que había leído en los evangelios pasaba una y otra vez por mi mente, reemplazando así mi pasado.
Empecé a comprender bien las cosas que vivo en Jesucristo, mi profesor invisible. Alabo la Sabiduría eterna porque escondió estas cosas de los sabios e inteligentes y las reveló a los niños (Lucas 10:21). Dios da, y luego ayuda a entender. Desde el principio obedecí el Evangelio, y después Él me lo hizo comprender.

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