A pesar de eso hay excelentes noticias, y es que tenemos una herencia en los cielos y que la escogemos desde el momento en que decidimos recibir a Jesús en nuestro corazón. La herencia consta de un corazón lleno de mucho amor y junto a eso, miles de millones en bendiciones, y además, una vida eterna para disfrutarla.
Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado. Alma mía, dijiste a Jehová: tú eres mi señor; no hay para mí bien fuera de ti. (Salmos 16 1-2). Tienes que confiar en Dios, en Él está tu beneficio. Hagas lo que hagas, si lo dejas de lado no te irá bien.
Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; tú sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado (versículos 5-6). Tienes una gran herencia, la más inmensa e incomparable de todas, y esa herencia es Dios. Siempre lo vamos a tener de nuestro lado, Nuestro Padre celestial es todo lo que tenemos, y suplirá todas nuestras necesidades espirituales, materiales, económicas o sentimentales.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción (versículos 9-10). Qué alegría tan grande saber que tenemos a un Dios que todo lo puede, que no quiere ningún mal para sus hijos, que aunque nos ataquen y quieran ser injustos con nosotros, quién más justo que Él para resolverlo todo y darnos lo que nos corresponde, que no permitirá que nadie nos quite los que Él nos ha dado.
¨Me mostraras la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.¨ Salmos 16: 11 (reina Valera 1960).
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