sábado, 27 de febrero de 2016

La práctica de la presencia de Dios (3)

3ª conversación que mantuvo Nicolás Hermann, el Padre Lorenzo, con Fray José de Beaufort.
El Hermano Lorenzo me dijo que el fundamento de su vida espiritual había sido la adquisición por fe de un elevado concepto y valoración de Dios; y una vez que lo hubo adquirido, ya no tuvo ningún otro cuidado sino el de rechazar fielmente todo otro pensamiento, para poder así hacer todo por amor a Dios. Que cuando no tenía ningún pensamiento acerca de Dios por un cierto tiempo, no se inquietaba, porque después de haber reconocido delante de Dios este lamentable hecho, volvía a Él con una confianza mucho mayor. Dijo que la confianza que ponemos en Dios honra al Señor enormemente, y hace descender sobre uno, grandes gracias.

Que era imposible no solamente engañar a Dios, sino que también era imposible que un alma sufriera por largo tiempo, si es que estaba perfectamente rendida a Él y resuelta a soportar cualquier cosa por amor a Él. De esta manera, el Hermano Lorenzo había experimentado frecuentemente el pronto socorro de la Gracia Divina. Y debido a su experiencia con la gracia de Dios, cuando tenían un trabajo para hacer, no pensaba en él de antemano, sino justo cuando llegaba el momento de hacerlo, y encontraba como reflejado en Dios (como en un espejo claro), todo lo que era adecuado hacer. Cuando los trabajos externos le distraían un poco de sus pensamientos puestos en Dios, un recuerdo fresco proveniente de Dios mismo le llenaba el alma, y así era tan inflamado y transportado que le resultaba difícil contenerse. Dijo que estaba más unido a Dios en sus trabajos externos, que cuando los dejaba a un lado para retirarse a hacer sus devociones. 

Intuía que el futuro podría depararle un gran dolor corporal o mental, y entonces lo peor que podría sucederle era perder aquel sentido de Dios que había disfrutado durante tanto tiempo; pero que la bondad de Dios le aseguraba que no lo abandonaría totalmente, y que le daría fuerzas para soportar cualquier mal que le sucediera con el permiso de Dios. Por lo tanto, no tenía ningún temor. 

No había tenido la ocasión de consultar con nadie acerca de su estado. Que cuando intentó hacerlo, siempre había salido perplejo; y que como era consciente de la disposición de su vida a Dios por amor a Él, no tenía ningún miedo del peligro. Que la entrega perfecta a Dios era un camino seguro al cielo, un camino en el cual tenemos siempre suficiente luz para saber cómo conducirnos.

Que lo principal de la vida espiritual es ser fieles en el cumplimiento de nuestros deberes y negarnos a
nosotros mismos; cuando lo hacemos disfrutamos de placeres inefables, como que en las dificultades solamente
necesitamos recurrir a Jesucristo y suplicar por su gracia, con la cual todo llega a ser fácil. Que muchos no
crecen como Cristinos porque se aferran a penitencias y ejercicios particulares pero descuidan el amor a Dios,
que es la meta de todo. Esto se manifiesta claramente por sus obras, y es la razón por la que se ven tan pocas virtudes sólidas. 
Me dijo que no necesitaba ni arte ni ciencia para ir a Dios, sino solamente un corazón determinado resueltamente a no dedicarse a otra cosa aparte de Dios, del amor a Dios, y de amarle solamente a Él.


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