jueves, 4 de febrero de 2016

Joya de incalculable valor

“y aconsejar a las jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, a ser sensatas y puras, cuidadosas del hogar, bondadosas y sumisas a sus esposos, para que no se hable mal de la palabra de Dios.”
(Tito 2:4-5 NVI)
Ha llegado la hora de honrar a quien me dio la vida y ha entregado todo por mi felicidad, durante treinta y siete años.
Tengo la bendición de ser hija de una mujer maravillosa, digna de toda mi admiración. María Rosa Sarmiento..., oriunda de Santander (España), tierra de mujeres guerreras, forma parte de una familia numerosa en donde los principios y valores son sólidos y muy fuertes.
Lleva cuarenta años casada con mi papá, y me enorgullece verlos después de tanto tiempo, agarraditos de la mano y profesándose amor eterno. Desde que tengo uso de razón, la he visto preocupada por el bienestar de los demás. Es una mujer trabajadora, abnegada, leal, fiel, entregada día y noche a alcanzar el bienestar de su familia; es digna de confianza, y quien la conoce se enamora de su capacidad de servir a los demás sin esperar nada a cambio.

Le doy gracias a Dios porque ella con su ejemplo, dio un valor muy alto a mi rol de mamá y esposa. Es ahora, cuando debo levantarme muy temprano para aprestarme a mis obligaciones para con mis hijas y mi esposo, antes de salir a una larga jornada de trabajo y regresar ya de noche, a seguir cumpliéndole a Dios en hacer lo que tengo que hacer para que ellos se sientan bien a mi lado, repito, es ahora cuando más la valoro, porque mis recuerdos cronológicos me llevan a los días en los que en medio de su cansancio, nos atendía con su amor y se encontraba con una hija egoísta que esperaba recibir en vez de dar.
Sus sabios consejos se encontraron con el muro de la necedad. Ella habla con sabiduría, y cuando instruye lo hace con amor, sin embargo, innumerables veces sus consejos no fueron bien recibidos, lo que me ha llevado a estrellarme con mis fracasos más dolorosos.
Debo confesar que esta mujer ejemplar no ha recibido el respeto y el amor que merece, al haberse esforzado en hacer de mí la mujer que hoy soy. Antes de Cristo la atacaba constantemente, era implacable al juzgarla, y continuamente infravaloraba su esfuerzo por cuidarnos. Después de Cristo no he sido tampoco la hija perfecta que todos esperarían que fuera, pero lo que sí ha cambiado en mí, es el anhelo de tener una manera más asertiva de comunicarme con ella para que se sienta correspondida. Fallo constantemente en mis esfuerzos por lograrlo, pero cada día hago un nuevo intento para llegar a la meta de nunca jamás, dejarme llevar por mi emocionalidad con la persona equivocada.
Soy lo que soy porque ella “jamás ha tirado la toalla”, porque le ha cumplido a Dios cabalmente, con su misión de criar hijos temerosos de Él. Hago un alto en mi vida, y cuando miro a los ojos a mis hijas y siento que pasa el tiempo, veo que es solo la voluntad del Señor la que me permite disfrutar de su compañía, de su picardía, de su hermoso corazón; le ruego al Dios del cielo que permita con mi ejemplo, ofrecerles lo mejor para que nuestro hogar sea un hogar fundamentado en Cristo, tal cual ella me ha mostrado debe hacerse.
En oración pedí que me fueran concedidos muchos años de vida para ver crecer a mis princesas, y Dios respondió de manera contundente, como suele hacerlo, que para ver cumplido ese anhelo debía menguar, para que su poder se perfeccionara en mí, con este mandato de parte suya:
“Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha ordenado, para que disfrutes de una larga vida y te vaya bien en la tierra que te da el señor tu Dios”.
(Deuteronomio 5:16 NVI)

Y entendí que para ser excelente mamá, debía aprender a ser buena hija. Entendí que mis hijas necesitan de mi ejemplo, que si quiero que ellas me respeten, me amen, me valoren y crean en mí, debo hacer lo propio con mi vida. Comprendí, que para ella soy su tesoro, tal cual lo son para mí mis niñas, y que su corazón no es de piedra, sino que sufre cuando permito que mi yo carnal aflore para dar paso a mis reacciones automáticas antes que a la sensatez.
Sí, hoy decido alabar las obras de una mujer digna que se merece el premio nobel a la mejor mamá del mundo, la única que cumple con todos los requisitos, aquella que Dios acertadamente eligió para mí, hermosa por dentro y por fuera, humilde, noble y de gran corazón, que me hace sentir feliz y orgullosa de cada logro alcanzado, reflejado en su perseverancia y actitud triunfadora ante la adversidad. 

“Gracias mamita linda” 
Muchas mujeres han realizado proezas,
pero tú las superas a todas.
(Proverbios 31:29 NVI)

 

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