jueves, 21 de enero de 2016

Todo Lo Que Va…..Viene

Un día, un hombre vio a una anciana parada a un lado del camino, y aún en medio de la penumbra del día, pudo ver que necesitaba ayuda. Así que detuvo su Mercedes y se bajó; el Pontiac todavía estaba en marcha cuando se le acercó.
Aún con su sonrisa, se veía que ella estaba preocupada. En una hora nadie se había detenido para ayudarla; ¿iba él a ayudarla? No se veía seguro; parecía pobre y hambriento. Él pudo notar que ella estaba amedrentada, parada en medio del frío. Sabía cómo se sentía ella, tenía unos escalofríos que sólo el temor puede colocar en uno. Le dijo: “Estoy aquí para ayudarla, señora. ¿Por qué no se mete en el coche donde estará calentita?  De paso, mi nombre es Bryan Anderson”.
Bueno, todo lo que tenía era un reventón, pero para una anciana aquello era muchísimo. Bryan se metió debajo del coche buscando un lugar para meter el gato, hiriéndose los nudillos un par de veces; pudo reemplazar el neumático pronto pero tuvo que ensuciarse y le dolían sus manos.
Al terminar de apretar las tuercas, ella bajó la ventanilla y comenzó a hablarle. Le dijo que era de San Luís y que solo estaba de paso; no sabía cómo expresarle su agradecimiento por la ayuda.
Bryan solo sonrió mientras cerraba el maletero del coche. 
La anciana le preguntó cuánto le debía. Cualquier cantidad hubiera estado bien para ella, ya que podía imaginarse todas las cosas malas que le pudieron haber pasado si él no se hubiese detenido. Bryan nunca pensó en recibir nada; para él, esto no era un trabajo. Estaba ayudando a alguien en necesidad, y Dios sabe que había muchos que le habían echado una mano en el pasado. Había vivido toda su vida de esta manera y nunca se le ocurrió actuar de otra.
Y le dijo que si realmente quería pagarle, la próxima vez que viera a alguien en necesidad, le brindase la ayuda que necesitaba, y agregó: “Y piense en mí”. Se quedó hasta que ella arrancó su coche y se alejó; había sido un día frío y deprimente, pero se sintió bien al dirigirse a casa.
Unas pocas millas más tarde, la dama vio un pequeño café. Entró para comer algo y calentarse antes de iniciar la última etapa de su viaje a casa. Era un restaurante de aspecto lúgubre; afuera había dos viejos surtidores de gasolina. La camarera se acercó y le trajo una toalla limpia para secar su cabello mojado. Tenía una dulce sonrisa, una que ni siquiera un día completo de pie podía borrar. La dama notó que la camarera estaría como en su octavo mes de embarazo, pero nunca permitió que sus dolores y cansancio cambiaran su actitud. La anciana se preguntó cómo alguien con tan poco podía ser tan dadivosa con una extraña… y entonces recordó a Bryan.
Al terminar la dama de comer, pagó con un billete de cien dólares. Rápidamente la camarera fue a buscar la vuelta para el billete, pero la anciana se escabulló y salió por la puerta. Ya se había ido cuando la camarera regresó, lo que la dejó pensando dónde pudiera estar la señora; fue entonces cuando observó algo escrito en una servilleta.
Las lágrimas aparecieron en sus ojos cuando leyó lo que la dama había escrito: “Usted no me debe nada… he estado en su situación también. Alguien me ayudó una vez de la manera en que le estoy ayudando. Si quiere darme la vuelta, esto es lo que puede hacer: no deje que esta cadena de amor se detenga”. Debajo de la servilleta había otros cuatro billetes de cien dólares.
Bueno, había mesas que limpiar, azucareras que llenar y gente a la que servir, pero la camarera logró acabar bien su día. Esa noche, cuando llegó a casa del trabajo y se subió a la cama, pensaba en el dinero y en lo que la dama había escrito. ¿Cómo pudo saber esa señora lo necesitados que estaban ella y su esposo? Con el bebé naciendo en un mes, iba a ser muy duro…  Sabía lo sumamente preocupado que estaba su esposo mientras dormía a su lado; le dio un tierno beso y susurró en voz suave y baja: “Todo va a salir bien… te amo, Bryan Anderson”.
Hay un viejo adagio que reza: “Todo lo que va, viene de vuelta”.
La historia nos recuerda las múltiples oportunidades que Dios nos da para hacer el bien a quienes nos rodean, y en especial, a aquellos que, estando en necesidad, Dios coloca en nuestro camino. A veces nos ponemos a pensar en cómo sacarle provecho a cada circunstancia, sin darnos cuenta que el bien que hacemos, en realidad se lo hacemos al Señor mismo… y Él se encarga de recompensarnos a su debido tiempo.
Es poco probable que aquellos a quienes ayudamos sean los mismos que nos ayuden a nosotros, pero tal y como sugirió la dama de la historia, necesitamos que “esa cadena de amor” (y ésta sí que es una cadena que vale la pena mantener), se siga estirando hasta la eternidad.
¿Estaremos dispuestos a sumarnos a ella?



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