jueves, 14 de enero de 2016

El Espíritu Santo

Vivimos en un mundo revolucionario, lleno de luchas, en el que nos hacemos preguntas, y solo lloramos y tratamos de encontrar el camino en esta nueva era de la historia.
Vivimos en un mundo que cambia rápidamente, pero en este mundo, podemos estar seguros sabiendo que Dios tiene todo el control. Solo hay una forma en la que podemos sobrevivir y tener seguridad, y es por medio de Dios. Solo Dios puede salvarnos, y es precisamente eso lo que Él hace cuando nos entregamos a Jesucristo.
La Biblia dice que debemos “nacer de nuevo” (Juan 3:7). Así como hemos nacido físicamente, podemos nacer de nuevo espiritualmente, por medio de la palabra de Dios “que vive y permanece” (1 Pedro 1:23 NVI). Jesús explicó que este nuevo nacimiento, esta regeneración espiritual como obra del Espíritu Santo: “El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu” (Juan 3:8 NVI).
Hay algo de misterioso en este nuevo nacimiento. No podemos entender completamente cómo nos llega, pero sabemos que se produce por causa del amor y la gracia de Dios. Se produce a causa de la muerte y la resurrección de Jesucristo. Se produce a causa de la acción del Espíritu Santo.
Jesús sabe qué hay en los corazones de todas las personas: la fatal enfermedad que causa las mentiras, los engaños, el odio, los prejuicios, la codicia y la lujuria. Él dijo: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias. Éstas son las cosas que contaminan a la persona..” (Mateo 15:19-20 NVI). La Biblia dice que esta enfermedad fatal se llama pecado, y enseña que el pecador está “muerto” para Dios y, por lo tanto, es necesario un cambio radical en el interior de cada persona. No es un cambio que podamos ganar, ni algo que podemos hacer por nosotros mismos; es algo que solo Dios puede hacer en nosotros.
El Espíritu Santo nos da convicción
Uno de los efectos más devastadores del pecado es que nos ciega nuestra propia condición de pecadores, y solo el Espíritu Santo puede abrirnos los ojos. Solo Él puede darnos convicción de lo profundo que es nuestro pecado; solo Él puede convencernos de la verdad del evangelio, y solo Él puede llevar la convicción de Dios a nuestro corazón. Esto es lo que Jesús quiso decir cuando afirmó: “Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final (Juan 6:44).
Sin embargo, la Biblia emite una solemne advertencia en cuanto a resistirse al llamado del Espíritu Santo: “No va a estar mi espíritu peleando siempre con el hombre” (Génesis). Sin la “pelea” del Espíritu Santo, sería imposible que una persona se acercara a Cristo. Sin embargo, existe el peligro de que nuestro corazón se endurezca de tal manera por el pecado, que ya no escuchemos la voz del Espíritu. No debemos restarle importancia a la advertencia de la Biblia: “El que es reacio a las reprensiones será destruido de repente y sin remedio” (Proverbios 29:1).
El Espíritu Santo nos regenera

Junto con el arrepentimiento y la fe, la obra del Espíritu Santo en el corazón del hombre es la regeneración, sinónimo de renovación o nuevo nacimiento: “…él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Es un cambio aunque los efectos del pecado continúan. El pecador, en su estado natural, está espiritualmente muerto. En la regeneración, lo que está muerto recibe vida. El pecador, justificado por Dios de la culpa de quebrantar la ley, recibe el perdón de todos sus pecados.
La regeneración, como la justificación, es inmediata, y constituye un acto único del Espíritu Santo, aunque la persona que nace de nuevo puede o no tener conciencia del momento exacto en que esto sucede. Los teólogos han debatido sobre el preciso instante en que se produce la regeneración en la vida de una persona, y a pesar de algunos puntos en los que no se ponen de acuerdo, el asunto central queda claro: es el Espíritu Santo el que nos regenera. La regeneración es una transacción oculta que se produce en el corazón de las personas, y la nueva persona existe en el interior. La vida divina, que permanece para siempre, está allí. Arrepentimiento y fe van de la mano con el nuevo nacimiento.
No podemos heredar la regeneración; más bien, “a cuantos lo recibieron, a los que creen en su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios” (Juan 1:12). Una persona puede haber sido bautizada o confirmada en una iglesia, pero eso no significa que haya sido regenerada. No podemos ser regenerados haciendo buenas obras. Una persona puede ser buena y tener esa conducta moral durante toda su vida, y aun así, no saber lo que significa ser regenerada.
Tampoco podemos ser regenerados por una reforma, o sea, tratando de cambiar tomando nuevas resoluciones. La Biblia dice que: “todos nuestros actos de justicia son como trapos de inmundicia” a los ojos de Dios (Isaías 64:6 NVI). Nosotros somos pecadores, muertos por el pecado, y lo que necesitamos es la vida que solo el Espíritu Santo puede darnos por medio de la regeneración. ¿Ha sido usted regenerado por el poder del Espíritu de Dios? Solo eso puede darle el nuevo nacimiento espiritual. Dios envió a su Hijo al mundo para darnos una vida nueva, y Dios nos ha dado el poder del Espíritu Santo para producir el nuevo nacimiento espiritual, la regeneración, en nosotros.
El Espíritu Santo nos da seguridad
En el momento en que recibimos a Cristo y fuimos regenerados por el Espíritu Santo, recibimos una nueva naturaleza. Así pues, quienes nacimos de nuevo tenemos dos naturalezas. La vieja naturaleza viene de nuestro primer nacimiento; la nueva viene de nuestro nuevo nacimiento. Cuando la vieja naturaleza, que está dentro de nosotros, se reafirma, quizás comenzamos a dudar de si realmente hemos nacido de nuevo. Muchas de las viejas tentaciones no han desaparecido. Aún pecamos, aún perdemos los estribos a veces, aún somos soberbios y envidiosos. Hasta es posible que haya algún pecado en particular que nos acose.
Pero, por la Palabra escrita de Dios y por la callada obra del Espíritu Santo en nuestro corazón, podemos saber que hemos nacido de nuevo: “El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios” (Romanos 8:16). Al principio, quizás parezca tonto pensar que Jesucristo, que murió en una cruz hace 2,000 años, puede transformar su vida hoy por el Espíritu Santo. Pero millones de cristianos en todos los continentes, pueden testificar que Él ha transformado sus vidas, ¡y puede sucederle a usted hoy mismo!

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