miércoles, 24 de junio de 2015

Un agujero en el techo

Nunca deja de ser asombroso el hecho que se relata brevemente, en el capítulo 2 del Evangelio de Marcos. Cuatro amigos que venían cargando a un paralítico postrado a causa de su enfermedad, querían acercarse a Jesús para presentárselo, y a causa de la multitud, no podían llegar a Él. Entonces, decidieron subir al techo de la casa, hicieron una abertura y por ella bajaron a su amigo para ponerlo ante el Señor.
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Si has tenido oportunidad de ayudar a alguien en parecidas condiciones, sabrás que no es asunto baladí cargar a una persona en ese estado. No obstante, los cuatro amigos fueron mucho más allá. Lo subieron al techo de la casa y por si fuera poco, se tomaron el trabajo de abrir un boquete lo suficientemente grande, como para poder bajar al paralítico a través de él. ¡Brutal esfuerzo!
Por otra parte, también da que pensar la actitud del dueño de la casa. Nada dice la Escritura sobre él, pero tuvo un papel relevante. ¡Hicieron un boquete en el techo de su casa para bajar a una persona! En algún momento, Jesús y la gente se fueron de allí, pero el agujero no desapareció así como así. Alguien se tomaría el trabajo de repararlo. Sin embargo, a pesar de todo, la Escritura no pormenoriza lo suficiente en la actitud de los escribas, salvo del día que se trataba, sábado. No dice en ninguna parte que el dueño de casa hubiera solicitado el auxilio de la fuerza pública, llamado a los soldados, policía, seguridad o como se llamase en esa época, para que retiraran a aquellos “vándalos” que estaban literalmente, rompiendo el techo de su casa para bajar a un desconocido, amigo de ellos.
Ambas partes de esta situación, nos dicen muchas cosas. Sobre todo lo que podamos pensar, los denominadores comunes de este asombroso episodio son la fe y el amor. Nada importó el denodado esfuerzo de cargar con el paralítico, romper el techo, subirlo y bajarlo. Como tampoco parece que importó un techo roto para el dueño de la casa.
Porque herman@, el amor y la fe NO SE DICEN, SE DEMUESTRAN.
En este mundo muchas personas cerca de nosotros, a nuestro alrededor, han dejado de caminar de por vida. No lo hacen no porque no quieran. No, no lo hacen porque no pueden, están derrotadas. Sus almas están demasiado rotas, heridas, postradas. Y a menos que alguien venga, los cargue y rompa un techo para llevarlos ante la luz del Señor, nada podrán hacer. “Tus pecados son perdonados”, le dijo Jesús al paralítico. Suficiente, eso es exactamente lo que necesitaba.

Alguien, cerca de ti, necesita que rompas un techo por él, o ella. No se trata del hecho literal, claro está; pero aunque te parezca extraño echarle una mano a alguien, puede ser que ese paso de fe y amor el que, a través del cual, Dios te muestre una puerta abierta para comenzar a sacar a alguien de la situación en la que se encuentra.

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