lunes, 26 de enero de 2015

Del secreto a la luz

Después de años de mantener oculto su pasado, la adoradora Jessica Ordóñez cuenta abiertamente cómo la ayudó Dios a superar los traumas del abuso sexual que vivió de pequeña.
“¡Mami, Mami!”, exclama mi chiquito mientras corre hacia mis brazos. De inmediato, me coloco al nivel de su corta estatura a la espera del mejor de los abrazos. Lo agarro fuerte y suavemente, a la vez que cierro los ojos para depositar en mis recuerdos tan sublime momento. Él, por su parte, descansa su carita de dos años sobre mi hombro, rendido y confiado de que en este lugar seguro, nada ni nadie le hará daño. De nuevo aprovecho la oportunidad para darle gracias a Dios por Gabriella y Evan, y por la dicha tan inmensa de ser madre. La realidad es que ya recorrí todo el diccionario para agradecerle a mi Padre por este amor tan extraordinario.

Cada vez que leo o escucho noticias sobre cualquier tipo de abuso contra los niños del mundo, mi humanidad pide a gritos una respuesta. ¿Por qué? Igual me sucedió al leer el testimonio de Jessica:
Mi madre se convirtió en madre soltera y, para sostener el hogar, trabajó arduamente. Reconocía su responsabilidad y se empeñaba en ello sin quejarse. Recuerdo que regresaba del colegio y nunca la hallaba en casa. A veces, no la veía hasta el día siguiente cuando me llevaba a la escuela. Me sentía sola. Mis hermanos, que eran mayores, estaban en sus propios mundos y me ignoraban.
A mi madre le gustaba mucho ayudar a la gente. Siempre vivía alguien con nosotros, o algún familiar o conocido que necesitaba un sitio donde vivir por un tiempo. Recuerdo que en cierta ocasión, cuando yo tenía siete años, se fue a vivir con nosotros un tío de mi mamá. Me gustaba tenerlo en casa, pues era muy bromista y jugaba con nosotros. Siempre que llegaba del colegio, me pedía que me sentara en sus piernas y me preguntaba sobre mi día. Pasábamos horas hablando y viendo la televisión juntos. Por primera vez, sentí lo que era tener un papá, a alguien que me escuchara y se interesara por mí. Él me decía que éramos muy buenos amigos.
Un día, las cosas cambiaron. Sus abrazos eran distintos. Sus caricias me empezaron a incomodar. Sus manos empezaron a tocarme en lugares que me daban cosquillas. No me daba risa, sino temor y me alejé de él. Ya no me gustaban sus atenciones. Cuando llegaba de la escuela, en vez de irme a su lado, me iba a mi habitación. Uno de esos días, él me siguió. Entró a mi cuarto, cerró la puerta con llave y me dijo: “¿Sabes que así no se trata a los amigos? Me estás haciendo sentir muy triste”. Esa tarde, tras aquella puerta, traspasó la puerta de mi inocencia. Se llevó algo que no le pertenecía. Me usó como se usa un trapo viejo. Lo peor fue que cada día los ataques eran más violentos. Yo me escondía en mi vergüenza, sin entender lo que me estaba sucediendo. No comprendía la magnitud de lo que me estaba haciendo aquel hombre, lo único que sabía es que lo odiaba. Pensé que era mi amigo, que era como mi padre, que me amaba, ¿por qué me hacía eso? Yo confiaba en él. ¿Por qué me engañó?
Mi tío aprovechaba los momentos en los que mis hermanos no se encontraban en casa, teniendo cuidado de sus pasos para no dejar ninguna huella. Dentro de mí, gritaba por mi madre. Anhelaba hablar con alguien, pero nadie me escuchaba. Mamá llegaría muy tarde y si me hallaba despierta, se enojaría mucho, y por las mañanas, siempre estaba apurada. ¿Con quién podría hablar? ¿A quién le explicaba algo que ni yo entendía?
La adoradora, de 31 años de edad nacida en California, EE.UU., Jessica J. Ordóñez, cuenta su experiencia en su primer libro Secretos ente­rrados. Junto a este libro, se le hizo una entrevista a la autora, para sacar a la luz la realidad del abuso sexual infantil. Esta es una pro­blemática social que lamentablemente, ha afectado y afecta a muchas personas... dentro y fuera de la Iglesia. La meta de este mensaje es aportar un grano de arena a la sanidad interior de sólo Dios sabe cuántas almas. Sin duda, Jesús es el único capaz de restaurar lo que el hombre sin piedad quebranta. Vamos a descubrirlo, y otros a reafirmarlo.

¿Qué es el abuso sexual infantil?

El abuso sexual infantil es cualquier experiencia sexual bajo coerción, o de forma exploratoria, con una persona menor de dieciocho años. Puede incluir comportamientos como tocar, exhibirse, mostrar pornografía, manosear, penetrar y prostituir. La mayoría de las veces, el abuso sexual infantil comienza con inocentes caricias en las partes íntimas del niño. El abusador lentamente prueba y “pule” al niño para que acepte el abuso, que aumenta a medida que pasa el tiempo. La mayoría de los abusadores sexuales son personas conocidas por los niños y en las que ellos confían. Se estima que solo entre el 10 y el 15 por ciento son extraños. Según estadísticas familiares, una de cada cuatros niñas en ciertos países, como EE.UU. es abusada antes de los 18 años de edad.
A menudo, es muy difícil para la familia de la víctima, asimilar que uno de sus miembros o un estimado amigo haya hecho tal cosa. Las heridas causadas por el abuso y la traición se unen, y una mucho más intensa se produce si los más allegados a la criatura no le creen cuando revela lo que está sucediendo. Aunque muchos abusadores pueden usar la fuerza física para cometer sus actos de violencia, también cuentan con amenazas, extorsión, abuso emocional o la simple presencia de la autoridad impuesta por un adulto.
El abuso sexual infantil causa un daño emocional muy profundo que lleva mucho tiempo sanar. Una persona que haya sobrevivido a esta experiencia, carga con sentimientos de miedo, culpa, desconfianza y vergüenza hasta la adultez.
Entre preguntas y respuestas

¿Cómo pudiste superar el dolor de haber sido víctima de abuso sexual a los 7 años de edad?
“He podido superarlo día a día únicamente por la misericordia de Dios. La mano sanadora de Él, quien conociendo todo de mí, me ha limpiado y restaurado. Aunque es importante aclarar que la sanidad es un proceso. Es un proceso en el aprendes a amarte y a borrar las mentiras que has creído toda tu vida, mentiras que te dicen que eres sucia, culpable y que no mereces nada bueno. El abuso que se sufre en la niñez nos marca para siempre, y la sanidad de nuestras almas no viene de la noche a la mañana, de hecho y para ser sincera, sigo caminando en ese proceso. Sigo atesorando y creyendo lo que Dios dice y piensa de mí, desechando las mentiras creídas toda mi vida y aceptando mi nueva identidad y verdad”, respondió Jessica, quien al contarle a su mamá lo que le sucedía, no le creyó, de manera que el abuso se extendió casi dos años.
En muchas ocasiones, las víctimas de abuso sexual infantil deciden callar, sea por intimidación, vergüenza o por temor a ser juzgados, pero Jessica decidió escribir Secretos enterrados y sacar a la luz su experiencia, ya que lo cataloga como parte de su proceso de sanidad. Ella explica que guardar el secreto lo que hace es convertir a la persona en un títere de Satanás. 
“Cuando nuestro secreto es desenterrado y expuesto a la luz de Jesús, pierde su validez y toda potestad de controlar nuestras emociones y sentimientos”, manifestó.
Por otro lado, señala que la baja autoestima es uno de los efectos más comunes de una persona que ha sido traumatizada por el abuso. “La baja autoestima es dudar de tu valor, y una de las maneras más efectivas de reconstruirla es a través de la confrontación. Es preciso confrontar cara a cara la mentira implantada en nuestro corazón con la verdad de la Cruz.”
En cuanto a por qué la Iglesia debe hablar de este asunto que tiende a ser tabú, manifestó: 
“La Iglesia debe enfrentarse a ello porque al no hacerlo, el enemigo gana ventaja. La Palabra nos aclara: Mi pueblo perece por falta de conocimiento. La mejor manera de hacer esto es aprendiendo sobre el tema, buscando recursos que les ayuden a ministrar sanidad y restauración. También estoy de acuerdo en que cada iglesia empiece un ministerio de consejería y mejoramiento personal que trabaje con sus congregantes”.
Para los que conocen algún niño que ha sido abusado y desean saber cómo ayudarlo, Jessica reitera que lo más que necesita es “amor, amor y más amor”, luego seguridad, estabilidad y confianza. Aconseja que se le recuerde que no tuvo la culpa de los sucesos, así como señala la importancia de hablarle con palabras de aliento.
“También creo firmemente, que desde pequeños se les debe ministrar la sanidad, como también el perdón hacia la persona que los lastimó”, añadió Jessica, quien también es consejera cristiana de la American Association of Christian Counselors.
Por otro lado, recomienda que se recurra a hablar con un pastor, doctor, maestro o agente de la policía y acudir al Departamento de Servicios Sociales de la ciudad pertinente. Los adultos que fueron abusados de pequeños, deben buscar ayuda de un consejero cristiano o un ministerio sólido que se dedique a la sanidad interior.
Jessica añadió: “El perdón es la llave que abre la puerta a la sanidad”. 
El perdón es clave no solo para superar un trauma como el abuso sexual, sino también cualquier otro tipo de abuso o injusticia que se haya vivido. La Biblia lo expone claramente y miles de autores coinciden.  
“La prueba definitiva del perdón total se produce cuando sinceramente le pedimos al Padre que libere de responsa­bilidad a quienes nos han herido, incluso no solo a nosotros, sino también a quienes están cerca de nosotros. El perdón es una elección, no es un sentimiento, es un acto de la voluntad”. “El perdón es la llave que rompe la puerta del resentimiento y las esposas del odio, las cadenas de la amargura y los grilletes del egoísmo. El perdón de Jesús no solo se lleva nuestros pecados, sino que hace de ellos, como si nunca hubiesen existido”.
Pasados los años, Jessica visitó a su tío y mirándolo a los ojos, le dijo que lo perdonaba y bendecía su vida. Éste, con lágrimas, reconoció el daño que le había ocasionado, y Jessica y su esposo, Israel, lo dirigieron en la oración de salvación. Por otro lado, nos confesó que le costó perdonar a su propia madre por sus rechazos hacia ella, pero hoy día esa relación está restaurada. 
“La libertad, como el amor, es una decisión. Yo quise ser libre; por lo tanto, decidí amarla y perdonarla. El perdón sana todo. Al perdonarla, me liberé del resentimiento y ella de la amargura que tenía por largos años.”
Y añade, "la persona abusada tiene mucho dolor, temor a hablar, vergüenza y falsa humildad. Hay personas que se sorprenden al escucharme hablar de temas que para ellos son tabú. Me he encontrado con niñas que han sido violadas por sus padres y con jovencitas que han sido manoseadas y acosadas por líderes dentro de la iglesia. Me he encontrado con hombres que han sido rechazados y maltratados desde la niñez y con iglesias que callan por ignorancia. Me encuentro con amargura y resentimiento escondidos bajo los bancos de las iglesias más grandes, y también las más pequeñas. He visitado iglesias donde después de ministrar la palabra de sanidad, hombres y mujeres espe­ran a hablar conmigo para revelarme su secreto de abuso, maltrato, y rechazo, que han escondido toda una vida. Tristemente, a veces la iglesia nos enseña que eres menos santo o religioso si reclamas una injusticia, y de esta forma, nos convertimos en hijos de Dios que callan y esconden secretos por temor a ser descubiertos, viviendo vidas espirituales en mediocridad, de poco crecimiento, fruto y compromiso”.
Tenemos que estar dispuestos a luchar. Una red rota no es útil para pescar y todo creyente que quiere ser útil en el Reino de Dios, necesita la sanidad de su corazón por parte de la mano sanadora de Dios. Ser sanados y restaurados implica que volvemos a ser de utilidad en el Cuerpo de Cristo.
La tristeza, el dolor, la amargura, la depresión, la ira y el rencor sólo son síntomas de algo más profundo. Cuando Dios sana, no solo cubre por encima los síntomas, sino que corta desde la raíz. Cuando Dios sana algo, sea una familia, un matrimonio, una persona, lo que sea que Él restaura siempre mejora, crece, multiplica y, sobre todo, supera su estado original. Es necesaria la sanidad de tu corazón, te invito a buscarla.

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