“…DE ÉL… SON TODAS LAS COSAS” (Romanos 11:36)
Reconocer el control soberano de Dios en todas las cosas no nos convierte en indefensos “peones de ajedrez”, ni nos libra de nuestras responsabilidades. No obstante:
(1) Nos quita la ansiedad.
(1) Nos quita la ansiedad.
Cuando descansas en el tierno carácter del Señor, puedes decir: “Ciertamente, el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida…” (Salmo 23:6). Este es un “ciertamente…” que no puedes conseguir de tu banquero, de tu agente de bolsa, de tu compañía de seguros ni de nadie más.
(2) Nos libera de tener que encontrar explicaciones.
(2) Nos libera de tener que encontrar explicaciones.
Somos librados de la “tiranía” de tratar de tener todas las respuestas. Podemos decir entonces:“No lo sé, pero confío en Aquél que sí lo sabe”. El peligro de conocer un poco de teología es creer que podemos entender lo inescrutable. Hasta el gran apóstol Pablo “levantó los brazos” y dijo: ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!..” (Romanos 11:33b). No podemos explicar por qué Dios cierra unas puertas y abre otras, o cómo puede usar lo malo para bien. Pero lo hace, y por lo general, no nos da explicaciones;
(3) Nos guarda de tener orgullo.
(3) Nos guarda de tener orgullo.
Pablo escribió: “…de Él, por Él y para Él son todas las cosas” (Romanos 11:36). Si quieres que la soberanía del Señor sea temporal o limitada, tienes que quitar el “…todas las cosas” de este versículo, así como de Romanos 8:28: “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien…”. Si el Señor dice: “…todas las cosas…”, ¡Él quiere decir exactamente eso! Todo se reduce a una simple elección: o confiamos en Dios o “jugamos” a ser Dios, ¡y esta es una decisión muy fácil de tomar!
Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. (Romanos 12:1)
Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. (Romanos 12:1)
Hay dos aspectos a resaltar de la soberanía del Señor: uno es su iniciativa y el otro nuestra acción. En Romanos 12:1, Pablo escribió: “Por lo tanto, …por las misericordias de Dios…” somos responsables de: (a) resistir las presiones de un sistema mundial que nos atrae hacia la dirección equivocada; (b) renovar nuestras mentes diariamente por medio de la oración y de la lectura de la Palabra de Dios; (c) reconocer su voluntad para con nosotros y vivir de acuerdo a ella.
Pero Pablo no se detiene aquí, y continúa: “Aborreced lo malo y seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza, sufridos en la tribulación, constantes en la oración. Compartid las necesidades de los santos y practicad la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no seáis altivos, sino asociaos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres” (Romanos 12:9b-17).
Estar bajo la soberanía de Dios no significa quedar exentos de responsabilidades, además de no tener interés en los asuntos de actualidad, no molestarnos en tomar decisiones ni carecer de deseos de mejorar o de preocuparnos por un mundo perdido. El compositor de canciones Isaac Watts captó la esencia de la soberanía del Señor con estas palabras: "¿Y qué podré yo darte a ti a cambio de tan grande don? Todo es pobre, todo ruin. Toma ¡oh Dios! mi corazón."
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