Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor… (Colosenses 3:23).
La escuela secundaria a la que asistí, exigía tomar clases de latín durante cuatro años. Ahora valoro haberlo hecho, pero en aquel entonces era una tarea pesada. Nuestra profesora creía en la importancia de la repetición. Solía decir: "la repetición es la madre del aprendizaje". Pero para nosotros, no tenía sentido.
Ahora me doy cuenta de que la mayor parte de la vida se trata de eso: repeticiones; cosas aburridas, monótonas y deslucidas que hacemos una y otra vez. El filósofo Kierkegaard afirmó: La repetición es tan común y necesaria como el pan. Y agregó: Es el pan que satisface con bendición.
Se trata de enfrentar cada obligación (no importando cuán rutinaria, humilde o trivial sea) y pedirle a Dios que la bendiga y la utilice para sus propósitos. De este modo, las rutinas de la vida se convierten en una labor sagrada y con consecuencias invisibles y eternas.
Se trata de enfrentar cada obligación (no importando cuán rutinaria, humilde o trivial sea) y pedirle a Dios que la bendiga y la utilice para sus propósitos. De este modo, las rutinas de la vida se convierten en una labor sagrada y con consecuencias invisibles y eternas.
El poeta Gerard M. Hopkins declaró: Elevar las manos en oración glorifica a Dios, pero también lo hace un hombre con una herramienta en la mano y una mujer con un balde si esa es su intención.
Si lo que hacemos es para Cristo, las tareas más rutinarias serán significativas y nos darán gozo.
Señor, haz que te veamos con nuestra rutina diaria.
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