viernes, 30 de octubre de 2015

Los cambios siempre llegan

En el estado de Florida no se diferencian mucho las estaciones. De hecho, siempre les digo a mis amigos que aquí solo tenemos tres estaciones: calor, más calor y menos calor. La realidad es que anhelo ver el cambio climático porque es bello. He vivido en otros lugares donde las hojas de los árboles visten combinaciones preciosas de colores rojo, dorado, amarillo o café. He visto lo hermoso de un amanecer cubierto de nieve tan blanca que encandila los ojos. La magia de los copos cayendo sobre árboles que nunca dejan de ser verdes. Es impresionante ver cómo se abren paso los tulipanes y anuncian el resurgir de la vida en la primavera. Y también la belleza del mar azul en el cálido verano. Los cambios de las estaciones nos recuerdan que la vida no es algo estático, que siempre hay cambios. Pero aunque me gusta ver los cambios en la naturaleza, confieso que los cambios en mi mundo personal ya no me gustan tanto. Quisiera que todo se quedara como está.
Sin embargo, Dios no lo ve de esa manera. Él sabe que si no hay cambio, habrá estancamiento. Y por eso, de vez en cuando, agita las aguas, mueve los vientos, trae los cambios.
los cambiosAlgunos estamos más preparados que otros, pero independientemente de cuán preparados estemos o no, los cambios llegarán. Eso me ha puesto a pensar mucho, y he dialogado con Dios tratando de negociar los cambios. Pero no hay privilegios, voy a tener que caminar por el sendero.
¿Qué es lo que estoy aprendiendo? Pues que tenemos dos maneras de lidiar con esto: o lo aceptamos y dejamos que traiga provecho a nuestra vida, o lo rechazamos y pataleamos… inútilmente, porque de cualquier forma llegará.
Dios usa los cambios para traer más fruto a nuestra vida. Quizá un cierto cambio cultive más en nosotros, la paciencia. Quizá un cambio en el trabajo, por ejemplo, produzca en nosotros una tranquilidad que nunca antes conocimos… ni conoceríamos de no pasar por algo así. En otras ocasiones es la bondad, en otras el dominio propio, etc.
Así como el mundo natural no es estático, nuestra vida espiritual tampoco lo es. Comenzamos a caminar con Dios, pero Él quiere que avancemos, que profundicemos para poder transformarnos, moldearnos y llevarnos cada vez más, a semejarnos a Cristo. ¿Cómo lo logra? Haciéndonos pasar por etapas cambiantes que nos transformarán.
Me trae a la mente a José. ¡Cuántos cambios! De una posición privilegiada en su familia, a esclavo maltratado, luego a prisionero acusado injustamente y olvidado en un calabozo, hasta que finalmente el sueño dado por Dios se cumplió. Pero aunque ahora podemos contarlo con un final feliz, la realidad es que José no sabía cómo terminaría. Cuando era un joven no podía imaginar todos los cambios que le sobrevendrían, y mucho menos, la manera en que Dios usaría todos esos cambios para transformar su vida, la de su familia y en última instancia, la de su nación.
Mi querido hermano, si no estás ahora sometido a cambios, seguro que los has vivido o los vivirás, porque así es el diseño divino. Por lo tanto, te propongo que hagamos un pacto con Dios, y en lugar de rechazar los cambios le pidamos sabiduría y gracia para enfrentarlos, y salir triunfantes. Tengamos una actitud dispuesta a aprender, a dejarnos moldear por Dios, a que su Espíritu en nosotros, produzca más fruto todavía.
Quizá en nosotros los colores no cambien, las hojas no se caigan o no nazcan flores como sucede en la naturaleza, pero dentro de nuestro ser, en nuestro espíritu, las estaciones de la vida, los cambios, tienen la oportunidad de producir una cosecha que dé gloria a Dios
“Por lo tanto, todos nosotros, que miramos la gloria del Señor a cara descubierta como en un espejo, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:18, RVC).
Bendiciones,

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