“Los que lo traspasaron”, los que se mofaron y se rieron de la agonía de Cristo y los enemigos más acérrimos de su verdad y de su pueblo, son resucitados para mirarlo en su gloria y para ver el honor con que serán recompensados los fieles y obedientes.
Caifás, alzando la diestra hacia el cielo, se dirigió a Jesús con un juramento solemne: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si tú eres el Cristo, Hijo de Dios”…
Todos los oídos estaban atentos, y todos los ojos se fijaban en Él mientras contestaba: “Tú lo has dicho”. Una luz celestial parecía iluminar su semblante pálido, mientras añadía: “Y aun os digo, que desde ahora habéis de ver al Hijo del hombre sentado a la diestra de la potencia de Dios, y que viene en las nubes del cielo”.
Por un momento, la divinidad de Cristo refulgió a través de su aspecto humano. El sumo sacerdote vaciló bajo la mirada penetrante del Salvador… Se sintió como delante del Juez eterno, cuyo ojo, que lo ve todo, estaba leyendo su alma y sacando a la luz misterios suyos, que él suponía ocultos con los muertos.
La escena se desvaneció de la visión del sacerdote,…y rasgando su manto, pidió que se condenase al preso por blasfemia. “¿Qué más necesidad tenemos de testigos?, dijo. He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. ¿Qué os parece?” Mateo 26:65, 66. Y todos le condenaron.
Así cumplieron su decisión los dirigentes judíos. Su decisión fue registrada en el libro que Juan vio en la mano de Aquel que se sienta en el trono, el libro que ningún hombre podía abrir. Con todo su carácter vindicativo aparecerá esta decisión delante de ellos el día en que este libro sea abierto por el León de la tribu de Judá.
Cuando Cristo venga por segunda vez, lo verán como Rey celestial,…y entonces los sacerdotes y gobernantes recordarán con claridad la escena en la sala del juicio. Cada circunstancia aparecerá delante de ellos como escrita en letras de fuego.
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