lunes, 5 de octubre de 2015

El Perdón

Paul Tillich, filósofo y teólogo protestante, muy influyente del siglo XX, definió el perdón como “El acto de recordar el pasado para después olvidarlo".
Los seres humanos vamos acumulando vivencias de todo lo que nos pasa en nuestras vidas. Y los recuerdos de esas experiencias, sin tener en cuenta si eran buenas o malas, permanecen en nuestra mente por un tiempo relativamente corto. Pasado cierto lapso, se van depositando en una capa mental algo más profunda que es el subconsciente, dando lugar así a nuevas vivencias. Todos y cada uno de los recuerdos permanecen “vivos” allí, aunque nuestra mente no los pueda “ver”. Por ello vamos olvidando algunas cosas, y en determinados momentos, es posible volver a sacarlas a la luz con alguna cuota de esfuerzo… haciendo memoria. Pero transcurrido un lapso suficiente, esos recuerdos quedan sumergidos en una capa de nuestra mente todavía más profunda, de la cual ya no es posible volver a sacarlos, que es el inconsciente.
Esto sucede con absolutamente todas y cada una de nuestras vivencias. Con los eventos tristes también. Por eso hay personas que viven una vida de tristeza y dolor, evitan ciertos lugares o tratar con determinadas personas porque les produce angustia, aunque éstas no les hayan hecho nada malo en particular.
Las voces del inconsciente no se pueden recordar, pero dejan sentir sus ecos. Una ayuda profesional adecuada es capaz, en muchos casos, de “escuchar” esos “ecos” y hallar la raíz del problema, oculto en lo más profundo de nuestra mente.
Hay personas en nuestras vidas que nos han causado mucho daño, puede que en nuestra niñez o juventud, o ya durante nuestra adultez, pero hace bastante tiempo. Creemos haber olvidado lo ocurrido, sin embargo, cuando tratamos con alguien de características parecidas, o que ha vivido situaciones similares, nos sentimos incómodos, demostramos temor, angustia o desconfianza ante él. Sucede que los recuerdos no han muerto, no se han borrado. Nuestra mente consciente no los recuerda, pero sus gritos desde lo profundo se hacen sentir.
A esto se refería Tillich cuando hablaba del “acto de recordar para poder olvidar”. Cuando “sepultamos”, en lo profundo de nuestra mente, un hecho doloso de nuestra vida, tendemos a cerrar la puerta con vehemencia porque su recuerdo nos tortura, nos hace daño. Y es absolutamente necesario abrir esa puerta y entrar a buscar el suceso traumático, para poder sacarlo a la luz. El dolor, por la misma puerta que entró es por donde debe salir. No hay otra solución. Los seres humanos no tenemos otra alternativa. Así funciona. En la medida en que un mal episodio de nuestra vida se pueda convertir tan solo en un mal recuerdo, hará la diferencia con un mal recuerdo que de verdad hace daño.
Lograr esto es un importante paso hacia el perdón. Un perdón que no absuelve ni “renueva” el crédito al ofensor, pero que sí te libra a ti de las tenazas que te sujetaban a él.
David conocía esto a la perfección, cuando le pedía a Dios que le librara de los pecados que él conocía y de los que ya no se acordaba…

Anímate a abrir las ventanas de tu alma a Dios, y que su luz llene todos y cada uno de los días de tu vida.

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