Las Sagradas Escrituras registran muchos casos de conflictos, tanto entre naciones como entre amigos y familiares. Hoy tenemos el mismo tipo de problemas. Cuando riñen, las personas pueden decirse cosas crueles e injustas, y las acusaciones crean angustia y dolor emocional. Sin embargo, lo que creamos determinará la manera cómo reaccionaremos ante las dificultades.
La Biblia proclama la soberanía de Dios sobre la naturaleza (Salmos 135.6), sobre los gobiernos (Job 12.23) y sobre la humanidad (Hechos 17.25). Nada está oculto a Él o fuera de su control. ¿Puede ayudarnos esto en un conflicto?
Primero, nuestro Padre celestial sabe cuándo somos atacados verbalmente, y Él ha prometido protegernos. Nada puede tocar a sus hijos sin su permiso.
Segundo, Él tiene el poder de convertir los momentos de dolor en bendición (Romanos 8.28). Podemos estar esperanzados porque su voluntad no puede ser frustrada aun en circunstancias negativas. Además, somos sus hijos amados. El Señor es un Padre amoroso que entiende por lo que estamos pasando y permanece a nuestro lado. Por ser sus hijos, Dios no nos deja solos.
Si creemos en la autoridad soberana de Dios, nuestra perspectiva en cuanto a los momentos de dificultad cambiará. En vez de reaccionar con temor, ira o resentimiento, nos volveremos a Él en oración y buscaremos su dirección.
El conflicto es inevitable en nuestro caído mundo. Cuando nosotros o algo que hemos hecho es la causa del conflicto, debemos pedir perdón. Si la falta es de otros, podemos confrontarlos de la manera que lo hizo Pablo con Pedro. Pero también estamos llamados a perdonar sin excepción. Como embajadores de Cristo, nuestra manera de reaccionar es de vital importancia.
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