“A Él le toca crecer, y a mí menguar”
(Juan 3:30 NVI)
Recuerdo como si fuera ayer, el día que recibí a Jesús como mi Señor y Salvador. Fue hace 11 años, y el Pastor había predicado sobre aquellas situaciones en las que decidimos comer el plato de lentejas que se ofrece en la calle, y dejar de lado el banquete de bendiciones que El Señor nos ofrece al calor de nuestro hogar.
En aquel entonces, sufría a causa de una segunda infidelidad por parte del papá de mis hijas, mi autoestima se tambaleaba, y buscaba con ansia encontrar algo que me guiara, que me orientara sobre qué hacer, y me ayudara a encontrar tranquilidad en medio de la tormenta. Mi corazón palpitaba muy deprisa, cuando ansiosa, pasé al frente, reconocí a Jesús como mi Salvador, y salí de aquel lugar divagando sobre lo que pasaría en adelante.
En aquel entonces, sufría a causa de una segunda infidelidad por parte del papá de mis hijas, mi autoestima se tambaleaba, y buscaba con ansia encontrar algo que me guiara, que me orientara sobre qué hacer, y me ayudara a encontrar tranquilidad en medio de la tormenta. Mi corazón palpitaba muy deprisa, cuando ansiosa, pasé al frente, reconocí a Jesús como mi Salvador, y salí de aquel lugar divagando sobre lo que pasaría en adelante.
Hice mi oración de fe llorando amargamente, anhelando que mi vida tomara sentido, que lo que hacía, decía y vivía, reflejara lo que mi corazón abrigaba, un profundo deseo de tener una digna familia, amar sin límites, sentirme amada, valorada e inmensamente feliz. Anhelaba conocer la razón por la que Dios me permitía respirar; allí estaba parada frente al Pastor, decidida a cambiar mi situación de una vez por todas y para siempre.
Hoy puedo entender la magnitud de lo que sucedió aquel día, echo un vistazo hacia atrás solo para vislumbrar lo que fui y ya no soy, y puedo ver que no fue el Pastor quien me abrazó, sino el mismo Dios quien me tomó ese día entre sus brazos para iniciar un arduo trabajo de transformación en mí, para decirme que me amaba con tal fuerza que restauraría mi vida, y que absolutamente NADA de lo que estaba viviendo y estaba por vivir, sería en vano.
Puedo decir con seguridad, que ese día es el más importante de mi vida. Entregarle mi corazón a Jesús y permitirle obrar en medio de mis pruebas, es lo que le da sentido a mi existir. No dudo un minuto en decir que a Él le debo TODO, que su amor me motiva, me inspira y me empuja a esperar cada vez más, a dejarme sorprender, porque quiero más de lo que Él me puede dar, de los milagros que puede hacer, de su bondad y misericordia, porque a su lado, me siento completa, me siento útil, me siento amada y plenamente feliz.La pregunta adecuada, no es por qué sino para qué te suceden las cosas, qué es lo que Dios espera de ti en medio de las circunstancias que estás viviendo. No se trata de religión, se trata de qué camino quieres seguir para que tu vida cobre sentido. Tienes un propósito aunque hoy no lo entiendas, Dios desea abrazarte y decirte al oído que te ama, que eres una creación maravillosa y que no te encuentras solo, pero necesita de un corazón dispuesto a dejarse guiar hacia la tierra prometida.
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