En el tiempo señalado para el juicio, empezó la obra de investigación y el acto de borrar los pecados. Todos los que hayan profesado el nombre de Cristo deben pasar por ese riguroso examen. Tanto los vivos como los muertos deberán ser juzgados, “de acuerdo con las cosas escritas en los libros, según sus obras”.
El juez dijo: “Todos serán justificados por su fe y juzgados por sus obras”.
Los pecados que no hayan inspirado arrepentimiento y que no hayan sido abandonados, no serán perdonados ni borrados de los libros de memoria, sino que permanecerán como testimonio contra el pecador en el día de Dios.
Empeñada lucha espera a todos los que quieran subyugar las malas inclinaciones que, a su vez, tratan de dominarlos. La obra de preparación es una obra individual. No somos salvados en grupos. La pureza y la devoción de uno no suplirá la falta de estas cualidades en otro. Si bien todas las naciones deben pasar ante el juicio de Dios, sin embargo Él examinará el caso de cada individuo de un modo tan rígido y minucioso como si no hubiese otro ser en la tierra. Cada cual tiene que ser probado y encontrado sin mancha, ni arruga ni cosa semejante.
El juicio se lleva ahora adelante en el santuario celestial. Esta obra se viene realizando desde hace muchos años. Pronto, nadie sabe cuándo, les tocará ser juzgados a los vivos. En la augusta presencia de Dios nuestras vidas deben ser pasadas a revista. En éste, más que en cualquier otro tiempo, conviene que toda alma preste atención a la amonestación del Señor: “Velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo”. “Y si no velares, vendré a ti como ladrón, y no sabrás en qué hora vendré a ti”. Marcos 13:33; Apocalipsis 3:3.66
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